domingo, 18 de noviembre de 2007

Capitulo 4: Generaciones

Algún lugar bajo la superficie de Moth.

Alaric dormitaba apoyado en la pared. No estaban demasiado seguros de cuanto tiempo llevaban en aquella lúgubre caverna, la perpetua oscuridad y los sucesivos combates habían provocado que perdieran la noción del tiempo.

Cansado de esperar decidió levantarse y acompañar a Maria en su guardia, al fin y al cabo el apenas necesitaba dormir. Hikari descansaba recostado frente al lugar donde el se encontraba segundos antes, exhausto por el uso de aquella técnica prohibida.

Alaric caminó unos pasos, su capa roja ondeó respondiendo al movimiento de su pesado cuerpo, que se erguía cerca de dos metros. Musculado por los largos años de combate, la armadura, hecha a medida cuando se convirtió en templario, parecía replicar la forma de sus músculos en aquel oscuro metal. En su pecho, intacta pese a los años de batalla refulgía la cruz carmesí de Tol Rauko. A su espalda, tan alta como el, quizá mas, descansaba una enorme zambatou oscurecida por la sangre pero que se mantenía en un estado impecable.

-“María.”- La grave voz de Alaric se extendió, fría, por los corredores de aquellas ruinas hasta ir perdiéndose poco a poco en la lejanía. María se giró, haciendo volar su pelo rojo, en una larga y rebelde melena que parecía desafiar las leyes de la física, en contraste, unos ojos de color verde oliva con la capacidad de arrastrar al mas puro de los espíritus al abismo, unos ojos que albergaban una tristeza que su bella sonrisa no podía disimular del todo. Su cuerpo, pequeño, grácil, se encontraba envuelto en una capa del mismo color que la de Alaric, ocultando una armadura ligera de bella factura decorada con una cruz carmesí puntada en la hombrera izquierda.

-“Alaric, debes descansar.”- La voz nació dulce, temblorosa, de la garganta de María mientras posaba sus ojos en los de Alaric.

-“Sabes tan bien como yo que no necesito descansar.”- Le respondió Alaric tomando asiento a su lado y apoyando la enorme zambatou en la pared.

Ambos se quedaron en silencio, mirando a la enorme caverna que se abría ante ellos, oscura, temible, como si la misma tierra hubiera abierto sus fauces para devorarlos.

-“¿Crees que lo conseguiremos?”- María rompió el silencio, sin apartar la vista de la caverna. –“Debemos llevar aquí casi dos semanas y aun no hemos encontrado ningún indicio…”- Paró de hablar de repente, sin saber que decir. Toda su fortaleza se vino abajo de golpe y rompió a llorar, saltando a los brazos de Alaric que abandonó su frialdad para abrazarla.

-“Lo conseguiremos, aunque tenga que recorrer cada galería de este maldito lugar, encontraremos a Akari, salvaremos a tu hijo y saldremos los cuatro de aquí.”- Alaric se mantuvo firme, seguro de si mismo, convencido de sus palabras, en realidad convenciéndose, tenía que transmitir esa seguridad a María, una seguridad que le abandonaba con el paso de los días.

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Algún lugar bajo la superficie de Moth, varios días después.

Hikari habría la marcha, a diferencia de sus dos compañeros portaba una armadura mas ligera cuya única parte metálica era la espaldera donde se encontraba la cruz carmesí. Portaba una Katana de bella manufactura, sujeta a la cintura, de empuñadura sencilla tenía una palabra en Yamato-su grabada en la empuñadura, “sabiduría”. Escasos metros tras el caminaban Alaric y María, los tres en silencio, visiblemente cansados.

Un ruido los devolvió a la cruda realidad, los tres se pusieron en guardia poniendo su espalda contra las paredes, con las manos en las empuñaduras. Dos guardias, frente a ellos, cada uno en un lado de la cueva, guardando una extraña puerta de roca redonda, con extraños grabados que ni ellos, pese a sus conocimientos, pudieron interpretar.

Los guardias reaccionaron… tarde. Hikari ya estaba a su lado cuando reaccionaron, envainando su espada, cuando el clic que anunciaba la sujeción del filo en la vaina las dos quimeras cayeron partidas por la mitad. El olor era asqueroso, formadas por partes de distintos animales y dotadas de cierta inteligencia las quimeras eran bastante comunes como guardia en lugares como aquel.

Los tres se reunieron frente a aquella enorme puerta giratoria y estudiaron los símbolos, cuando lo leyeron en profundidad llegaron a la misma conclusión: -“Solomon”- dijeron al unísono.

Hikari dio un par de pasos hacia la puerta y los símbolos arcaicos se iluminaron uno a uno formando un círculo perfecto. Una vez completado, la puerta se abrió. Hikari nunca había entendido por que la tecnología de Solomon reaccionaba ante el, tampoco había dicho nunca nada a nadie.

Reprimiendo con un gesto de la mano las preguntas de sus dos compañeros Hikari se adentró en la oscura sala recién abierta. Alaric y María lo siguieron acallando sus dudas, había prioridades, ya habría tiempo para las preguntas.

La sala comenzó a iluminarse poco a poco mientras las luces de los laterales se encendían una a una desde su posición hacia delante, iluminando la sala que se mostró poco a poco frente a ellos. El suelo estaba cubierto de polvo, un polvo acumulado durante siglos que explicaba lo viciado del aire. Frente a ellos en un trono descansaba la estatua de lo que debió ser alguien importante del pasado, por los adornos que mostraban sus tallas.

Ambos miraron en todas direcciones y no encontraron nada, de repente una voz cavernosa, lejana, que parecía venir de todas partes y ninguna comenzó a hablar en aquella sala en un idioma antiguo que solo alguien experimentado como ellos podría llegar a conocer:

-“Mis fieles siervos no solo me han traído a uno de los herederos, si no que han conseguido que alguien pueda romper el sello. Parece que tendré que recompensarlos… con una muerte breve e indolora.”- La voz sonaba mecánica, lejana, carente de vida.

La estatua comenzó a resquebrajarse dejando entrever partes metálicas debajo de aquella capa de polvo solidificada que le había dado sensación de piedra. Poco a poco, como si recuperara la movilidad tras largos años de parálisis se irguió haciendo temblar el suelo, cayendo pequeños fragmentos de piedra y tirando los restos del polvo solidificado sobre ella al suelo.

-“¿Donde has metido a mi hijo? ¡Devuélvemelo!“- María dio unos pasos hacia la estatua, gritando desesperada mientras las lágrimas de rabia recorrían sus mejillas. Rabia que cegó sus sentidos y la impidió ver el brazo de la estatua que descendía veloz sobre su cabeza.

El brazo cayó al suelo desviado y no impactó sobre María, a su lado Hikari envainaba la katana, en cuyo filo se pudo distinguir la palabra coraje en Yamato-su. La estatua, ahora sin brazo presentaba un corte perfecto, totalmente liso, sin ninguna irregularidad. Cuando la estatua fue a dar el siguiente paso cayó cortada en otros dos trozos que presentaban la misma perfección, anunciados nuevamente por el sonido de la katana al terminar de ser envainada.

Creyendo haber acabado con la amenaza los tres se relajaron hasta que la voz mecánica que esta vez provenía de un único punto que se ilumino ante ellos. De la puerta apareció un hombre alto, sin pelo en la cabeza ni en las cejas que portaba una túnica verde oscura raída adornada por ribetes dorados en contraste con su tez morena. En sus brazos, placidamente dormido descansaba un bebé de apenas unos meses.

-“Tsch”- El extrañó emitió un sonido silbante con sus labios indicando a los tres que guardaran silencio. –“Callad infieles, pues ante vosotros tenéis al quinto y último prelado que abrirá las puertas y traerá la consunción a este mundo de pecado.”- La voz del tipo sonaba grave, oscura, como si en su interior hubiera un pozo insondable y el eco de su fondo trajera la voz a la estancia en la que se encontraban. –“El Quinto prelado que abrirá el quinto y último sello ha nacido y ha sido encontrado por su guía, hoy se cierra el círculo.”- Las misteriosas palabras de aquel hombre hicieron dudar un segundo a Hikari y a Alaric, pero María no dudo y caminó hacia su hijo, para traerlo hacia sí, caminaba lenta, insegura hacia aquel hombre que bajo la vista hacia ella y alzo la voz que está vez pareció tronar, cargada de poder:

-“Pero vosotros, que habéis desafiado la voluntad del maestro no sois dignos de la purificación de su haz sagrado, no veréis la consunción. Que la cuna del quinto prelado sea la tumba de los infieles.”- Al terminar de pronunciar estas palabras el suelo se abrió bajo el grupo y todos cayeron al vacío mientras escuchaban el llanto de Akari alejarse.

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Algún lugar bajo la superficie de Moth. Varias horas después.

Alaric despertó desorientado y miró en todas direcciones, estaba tumbado y a su lado yacía María, inconsciente y respirando con dificultad. Alaric, alarmado, se levantó con velocidad y se acercó a María solo a tiempo de que la voz de Hikari respondiera a sus dudas:

-“Ha vuelto a caer en una de sus pesadillas, no consigo despertarla y esta vez lleva así desde hace horas, ambos habéis estado inconscientes desde que caímos, pude evitar la mayor parte del golpe, pero aun así os golpeasteis la cabeza.”- La voz de Hikari sonaba monótona, casi carente de vida, como si algo le hubiera arrebatado el aliento vital de las entrañas y hubiera dejado un cascarón de hueso y carne. Alaric entendía el porque, había abandonado toda esperanza y al mirar a su alrededor encontró la razón, la sala en la que se encontraban estaba sellada en todas direcciones, incluyendo el hueco por el que debían de caer y la oscuridad era completa, tanto que incluso su visión en la oscuridad parecía no funcionar del todo y estar sumida en la penumbra.

María despertó, cubierta en sudor miró en todas direcciones en busca de algo que sabía perfectamente no iba a encontrar, su hijo. Una vez devuelta a la realidad que la abofeteo una vez más con todas sus fuerzas, hundida las lágrimas brotaron sin control de sus enrojecidos ojos y se mantuvo tumbada mirando al infinito.

La desesperanza comenzó a invadirle a el también, mellando su ánimo, haciéndole consciente de que ya no había ninguna posibilidad de rescatar al niño, todo estaba perdido, la mejor opción era abandonar y dejarse morir en aquel lúgubre lugar. De repente se detuvo y miró en todas direcciones, apretó los dientes llenos de rabia y cogió su zambatou mientras miraba como sus compañeros ni siquiera reaccionaban al verlo, en ese momento entendió todo y susurró:

-“No hay prisión mayor que la que no tiene barrotes…”- Enarbolando su zambatou la alzó con ambas manos en el aire preparando un golpe vertical devastador mientras recitaba un ensalmo y dos energías comenzaban a flotar alrededor de la espada: -“Ilumina las sombras Licht, oscurece la luz, Dunkelheit. ¡Equilibrio!”- Al gritar esta última palabra Alaric hizo descender la zambatou con fuerza y un haz oscuro con el borde de pura luz nació del filo de la enorme espada iluminando la estancia.

María y Hikari parecieron reaccionar unos segundos después. Muy cerca de ellos Alaric estaba arrodillado manteniéndose en pie gracias a la zambatou, con la respiración acelerada y cubierto de sudor. Frente a el una especie de artilugio soltaba chispas, cortado por la mitad, así como la pared que había detrás de el, a sus pies una grieta hecha en el suelo, perfectamente alineada con el lugar donde se encontraba Alaric. María e Hikari comprendieron que Alaric había utilizado su ataque más poderoso para liberarlos de aquella prisión mental.

Alaric se puso en pie a duras penas para sorpresa de ambos, habitualmente no podía volver a moverse en varios días después de usar aquel ataque.

-“Debemos encontrar a Akari, démonos prisa”- Alaric comenzó a caminar cargando la espada con dificultad a su espalda y avanzando con paso indeciso. Tanto María como Hikari lo cogieron por los hombros y lo ayudaron a caminar. Alaric los miró enfadado un segundo pero apartó su orgullo por esta vez y aceptó la ayuda que le ofrecían sus compañeros.



Los tres caminaban con dificultad debido al precario estado de Alaric. Seguían la intuición de María como en las ocasiones anteriores, al fin y al cabo era la que les había conducido hasta allí. Las estancias estaban bien construidas y bien organizadas, les fue fácil orientarse piso tras piso, pues todos eran muy similares. Algunas horas después un llanto lejano, que María reconoció mientras le sobrecogía el corazón, les indicó que iban por el buen camino así que aceleraron el paso.


María abrió la puerta de la sala en primer lugar y la alegría invadió su cuerpo cuando vio a su hijo placidamente dormido en una cuna de bella manufactura. Se acercó a el y se sintió revivida cuando notó su tibia calidez junto a ella, lo arropó con cuidado con las mantas e hizo un gesto a sus dos compañeros para abandonar aquel lugar. Tenían que aprovechar todo el tiempo posible mientras pensaran que aun estaban muertos.

Los tres avanzaban todo lo rápido que podían buscando la salida de aquel lugar. Cruzaron varias salas sin encontrarse a nadie hasta que llegaron a un portón que conocían, tras el solo unas galerías de unos pocos cientos de metros les separarían de la salida.

Alaric, ligeramente recuperado, e Hikari empujaron la puerta para ver horrorizados lo que se presentaba ante ellos. En la enorme sala que había tras el portón descansaba un pequeño ejército formado por unas 500 de las quimeras que habían ido viendo a lo largo de las ruinas. Y en un atril, frente a ellos, a escasos metros, aquel tipo de tez morena arengaba a sus tropas en un idioma que no entendían pero si reconocían.

El tipo se giró ante ellos y lejos de estar sorprendido sonreía.

-“Al fin me habéis traído al quinto prelado para que contemple a su ejército.”- El tipo extendió los brazos esperando que maría le entregara al niño pero esta se echó hacia atrás, ocultándose tras Alaric e Hikari al tiempo que éste último saltaba desenvainando su Katana que fue detenida por un escudo invisible que rodeaba a aquel hombre.

-“El acero no puede traspasar mi escudo, estáis perdidos, Entregadme al niño y os prometo que no sufriréis… mas de lo necesario.”- A diferencia de la reacción que aquel tipo esperaba Hikari sonrió ante el al tiempo que el símbolo de la empuñadura y el del filo de su Katana se iluminaban y juntando su luz iluminaban a un tercero en el que se leía “Honor” en Yamato-su. La espada empezó a cortar el escudo como si fuera mantequilla y siguió el camino que debería haber seguido en un principio provocando un profundo corte en el hombro de aquel hombre que sangró con profusión mientras daba dos pasos hacia atrás con una mueca de indescriptible dolor que solo era superada por la de sorpresa. En cuestión de segundos la sorpresa y el dolor dieron paso a la ira. El tipo apretó con fuerza sus dientes hasta hacer sangras sus encías y extendiendo los brazos se elevó en el aire mientras gritaba: -“¡Matadlos a todos, incluido al niño! Aun queda otro candidato a quinto prelado…”- Susurró esto último entre dientes, mas para sí que para el resto mientras se marchaba. Los tres adoptaron una posición defensiva, Hikari dio la vuelta y miró a los ojos de Alaric con tristeza, este le comprendió enseguida. A continuación a los de María y por último miró a su hijo y sonrió. Giró la cabeza y miró al ejército, empuñó su Katana con una sola mano y cortó la otra con vehemencia cubriendo el filo de la Katana, haciendo comprender a maría.

-“¡Hikari, no lo hagas! ¡Morirás!”- Los gritos de maría llegaron tarde pues su esposo ya cargaba con velocidad sobre humana contra el ejército, a su alrededor las piedras temblaban y el suelo se agrietaba bajo sus pies a cada paso, una energía dorada parecía rodear su cuerpo, imitando la forma de su silueta.

-“Vamos, tenemos que aprovechar el tiempo que Hikari nos ha dado”- Alaric intentaba mantenerse frío y sereno mientras su mejor amigo se encaminaba a una muerte segura para darles una oportunidad de escapar. Alaric sabía perfectamente que ya no quedaba nadie vivo que pudiera utilizar el Berserk y luego sobrevivir.

-“No podemos abandonarle, Alaric. ¿Vas a abandonarle?”- María lloraba mientras Alaric prácticamente la arrastraba hacía la salida.

-“No, María, vas a fallarle tu quedándote, vas a dejar que muera en vano, el quiere salvaros a los dos… y yo no puedo luchar…”- Alaric hablaba apesadumbrado y sus palabras bastaron para convencer a María que se marchó entre lágrimas siguiendo a
Alaric que despejaba el camino con sus últimas fuerzas.


Hikari estaba rodeado por cientos de cadáveres a su alrededor, caminaba arrastrando los brazos, sus ojos, totalmente en blanco, carentes de vidas, sus movimientos, meros actos reflejos de un cuerpo que había sido enseñado a moverse durante años, un cuerpo maltrecho por las heridas que se movía con la misma agilidad que cuando estaba perfecto.

El cuerpo inerte de Hikari reaccionó ante un movimiento, tras unas sombras algo parecía acercarse hacia el y de las sombras brotó una voz grave y ronca:

-“Interesante… es la primera vez que veo algo así”- Antes de que el cuerpo de Hikari lanzará su ataque un bastón negro de roble anudado atravesaba su pecho y el cuerpo inerte de Hikari caía muerto, definitivamente.


Alaric caminaba a duras penas, arrastrando su zambatou que chirriaba contra la fría piedra del suelo. Ahora el cerraba la marcha y María iba delante, el peligro ahora estaba detrás. Aun así María se mantenía junto a él ignorando sus recomendaciones pero manteniéndose protectora con Akari que descansaba en sus brazos.

Alaric cayó hincando una rodilla en tierra y María se giró preocupada:

-“Alaric, tienes que aguantar. Mira, ahí está la salida, pronto lo conseguiremos y podré utilizar el hechizo de retorno para ponernos a salvo.”- María se acercó a el y le ayudó a levantarse, cargándolo sobre sus hombros volvieron a avanzar hacia la luz que ya asomaba en la lejanía.

Aquellos metros les parecieron kilómetros, los minutos, días. Pero al fin llegaron a la salida y la luz del sol los cegó durante unos segundos a la par que de alguna forma los reconfortaba en su interior. Akari despertó en ese momento y desperezándose iluminado por la luz del sol sonrío a ambos, inundándolos de esperanza.

-“Que estampa tan maravillosa, digna de las mejores fábulas. Es una pena tener que destruirla con mis propias manos.”- La voz del tipo de tez morena provenía de la cueva y cuando ambos se adaptaron a la nueva intensidad de la luz pudieron verle aparecer con una sonrisa sádica, a su alrededor el poder que generaba su cuerpo alteraba el entorno, distorsionándolo, la herida de su hombro pese a la profundidad ya se encontraba casi cerrada por completo.

-“No pudisteis morir en el supresor mental y aceptar una muerte fácil y aplacible. No. Tuvisteis que escapar y corromper al quinto, frustrar mis planes, ahora tendré que volver a esperar… pero vosotros… ¡vosotros sufriréis mi ira durante todos esos años!”- El hombre rompió en una carcajada de pura enajenación que aterrorizó a ambos, hasta que Alaric consiguió reaccionar.

-“María, rápido el conjuro de retorno.”- Alaric zarandeó a María a la desesperada y esta reaccionó con velocidad comenzando a invocar el conjuro. En el suelo a su alrededor se formó un círculo de luz azul que se iluminó rápidamente para luego extinguirse y desaparecer.

María y Alaric se miraron sorprendidos, estaban en el mismo sitio cuando deberían estar a cientos de kilómetros de allí, a salvo. Sin embargo Akari había desaparecido ante sus ojos, y en el preciso instante en el que fueron conscientes que el niño no estaba comprendieron todo.

-“Ya hemos sido declarados proscritos, no podemos volver.”- Alaric habló con pesadumbre y ambos se miraron con resolución en sus ojos, habían cumplido lo que habían venido a hacer a aquel lugar varios días atrás, salvar a Akari, y ahora este se encontraba en el lugar más seguro de Gaia.

El hombre los miró un segundo y apretó el puño con frustración:

-“No podéis protegerle, solo habéis retrasado lo inevitable, una vez os encierre iré en su búsqueda y durante años veréis como los demás sufren el peso de mi ira.”

María miró a Alaric y este entendió en su mirada lo que ella pretendía hacer y antes de que siquiera pudiera negar está ejecutó su movimiento y ante la mirada estupefacta de aquel hombre despareció para reaparecer en su espalda y sujetarlo con fuerza, reteniéndolo inmovilizado en la entrada de la cueva.


-“¡Ahora, Alaric, el sello de sangre! ¡Hazlo, no podré aguantar mucho más!”- En ese momento Alaric derramó una lágrima, una sola lágrima que cayó sobre el filo de su espada. En el preciso momento en el que la lágrima se rompía por el impacto Alaric cargó hacia el frente con la espada extendida hacia atrás y un amplío movimiento lanzó una estocada que atravesó de parte a parte a aquel tipo y a María. A continuación Alaric soltó la espada que se mantuvo sostenida en el aire hendiendo ambos cuerpos, pronunció unas palabras en voz baja y se dispuso a acercarse a la espada para sellar con su sangre el cuerpo de ambos, pero no llegó a la espada a tiempo, antes de que pudiera realizar un corte en la palma de su mano el hombre de tez oscura liberó un brazo y lanzó un golpe con sus manos que cortó la cara de Alaric cruzando su ojo izquierdo. Sonriendo triunfante aquel tipo no se dio cuenta de que la sangre que brotó del corte caía en la espada de Alaric completando el sello. La espada se iluminó, roja, en toda su envergadura y ambos comenzaron a convertirse en piedra mientras María gesticulaba la palabra adiós con sus labios.

Una vez convertidos en piedra el sello continuó hasta cerrar por completo la entrada a la cueva y dejar a ambos como eternos vigilantes de la entrada. Para completar el sellado Alaric extrajo la espada dejando un enorme hueco en la entrada sellada de la cueva, justo en el pecho de los cuerpos petrificados. Frente a ellos cayó de rodillas y clavando la espada en el suelo se quedó mirando la cueva que sepultaba a sus seres queridos.

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17 Años después. Adam, isla de Tol Rauko.


Akari estaba recostado en el tejado de la iglesia mirando las estrellas mientras mordía una manzana con energía.

-“Akari, piensas pasarte aquí toda la noche, mañana recibirás tu maestro para ser templario. ¿Estás nervioso verdad? Por fin el insondable Akari Nagi muestra un sentimiento humano.”- Una chica bajita de un extraño pelo azul se asomó detrás del campanario y pronunciando la última frase con sorna rompió a reír con la broma. Akari dio un bocado mas a la manzana fingiendo no haberla escuchado.

-“Vamos, Aka, podías sonreír alguna vez. Hazlo por mi.”- La chica puso cara de pucheros y arrancó una medio sonrisa de la cara de Akari que trató de ocultarla lo antes posible.

-“¡Has sonreído! ¡Lo he visto!”- La chica volvió a reír y su dulce risa inundó la zona, se respiraba paz y tranquilidad.

-“No he sonreído… y no me llames Aka, sabes que lo odio.”- Dijo Akari forzando una imagen de falso enfado mientras se erguía y la chica se sentaba a su lado cogiéndole la mano. Akari se la tomó con fuerza y tomó aire para preguntar, nunca se le habían dado bien esos temas.

-“Saya, tu… yo…”- Saya acercó un dedo y silenció con suavidad las dudas de Akari apoyando su dedo en sus labios.

-“Te esperaré el tiempo que haga falta, este es el hogar de las familias de los templarios de Tol Rauko… y tu eres mi familia.”- Saya besó a Akari en los labios y las preocupaciones parecieron abandonar su cuerpo, en ese momento solo estaban ellos, el cielo y un hueso de manzana rodando tejado abajo.

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1 Día después. Un acantilado en el borde de la isla de Tol Rauko.


5 personas esperaban en un pequeño llano cubierto de verde hierba, junto a uno de los acantilados que conformaban la isla que albergaba una de las organizaciones más poderosas de todo Gaia.

Akari lanzó una mirada a sus otros 4 acompañantes, el más joven de ellos debía de tener al menos 32 años y todos y cada uno habían formado parte de la guardia regular de Tol Rauko y se habían ganado por meritos propios la posibilidad de convertirse en templario. Sin embargo ahí estaba el, apunto de cumplir los 18 años y con las mismas posibilidades de alcanzar ese puesto… puesto que le permitiría alejarse de aquella isla y conocer el mundo.

Les habían dicho que se mantuvieran en aquella incomoda postura de firmes hace mas de dos horas y que esperaran a que su examinador viniera. El sabía perfectamente que aquella espera formaba parte de la prueba, comprobaban su disciplina y el no estaba dispuesto a moverse. No debió de pensar igual el más joven de sus compañeros cuando decidió estirarse tras escrutar el horizonte en busca del examinador. Según realizó aquel movimiento ante ellos aparecieron dos templarios y con un gesto hicieron entender al tipo que había suspendido, agachando la cabeza aceptó su situación y se marchó, a los demás les dieron permiso para descansar y así lo hicieron todos.

Frente a ellos los dos templarios examinaban con la mirada a los aspirantes. Uno de ellos llevaba una espada larga a la cintura y una armadura completa que sujetaba la tradicional capa roja de Tol Rauko, el otro llevaba una armadura de piezas que no cubría todo su cuerpo y la misma capa que era detenida a su espalda por una enorme espada que debía ser igual de alta que el portador, un hombre de casi dos metros.

-“Coged vuestras armas.”- El tipo de la espada larga habló en primer lugar. –“Va a comenzar vuestra segunda prueba. Debéis herirnos a uno de nosotros en las próximas cuatro horas, como mucho dos lo conseguiréis y los otros os marcharéis, sois libres de emplear los métodos que queráis. Comenzad.”- El tipo hablo calmado y dio unos pasos hacia atrás mientras ambos desenvainaban esperando a los candidatos.

Dos de los tipos se lanzaron sin dudar al ataque desenvainando sus espadas, Akari y el mayor de los aspirantes se quedaron estudiando la situación, ambos se miraron y comprendieron que si se ayudaban aumentarían sus posibilidades. Se asintieron mutuamente y atacaron a la par al instructor de la espada larga que se enfrentaba a uno de los otros dos aspirantes.

Akari y su nuevo aliado lanzaron un ataque aprovechando que el examinador reculaba, el ataque, prácticamente lanzado al unísono tomó de improviso al examinador que no pudo reaccionar y ambos impactaron a la vez haciendo sendos cortes superficiales en los brazos del templario que envainando su espada se retiró del combate y anunció el primero que pasaría la prueba:

-“Sebastian Sercks, pasa la prueba, puede mantenerse al margen del combate, los demás continúen.”- Los dos aspirantes restantes se giraron a tiempo de ver como el último de ellos conseguía herir ligeramente el hombro del pretoriano Adler que le declaraba apto para la siguiente prueba.

Los examinadores reunieron a los cuatro aspirantes en el punto inicial y para sorpresa de todos Alaric Adler anunció los que comenzarían su instrucción como templarios:

-“Sebastian Sercks y Akari Nagi serán entrenados por el Kaink Shiver y por mi respectivamente. Ambos han demostrado su entereza, su capacidad de adaptación, reacción y trabajo en equipo, sacrificando el bien de uno por la consecución de su objetivo final. Los demás volveréis a vuestros puestos. Eso es todo.”-

Dándose cuenta de su error los eliminados se marcharon con la cabeza agachada a causa de la vergüenza. Los dos aspirantes restantes siguieron a sus respectivos maestros de vuelta a la fortaleza de Tol Rauko.

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6 meses después. Profundidades del bosque de Cozal, Kanon.


La lluvia caía con fuerza sobre las copas de los árboles inclinando las ramas hasta el límite y arrancando las más débiles de ellas que yacían en el suelo embarrado. Aun era de día pero las oscuras nubes habían adelantado la llegada de la oscuridad impidiendo el paso de los últimos rayos del sol, oscuridad acentuada por cada una de las infinitas sombras que proyectaban los árboles.

Alaric abría la marcha, ambos caminaban en línea recta pisando en los mismos lugares para ocultar en las huellas de Alaric las de Akari, más pequeñas. Ambos se cubrían con sus respectivas capas y caminaban pegados a los árboles mas grandes, donde el suelo era más estable y más sólido debido a que se mojaba menos y la consistencia que daban las raíces.

Akari trataba de ocultar sus nervios, esta era su primera misión fuera de Tol Rauko tras el duro entrenamiento recibido y no quería fallar. El otro equipo incluido en esta misión estaba formado por Kaink Shiver y Sebastian Sercks, viejos conocidos, que se habían internado en el bosque desde la otra dirección para cubrir el mayor terreno posible en la menor cantidad de tiempo. Su misión era atrapar a un Daimah que había perdido la razón hace algunos meses y atacaba a todo el que entraba en “su” bosque, pues se había autoproclamado dueño y defensor del territorio. En un principio Tol Rauko había decidido no intervenir pero en los últimos días “El hombre-bestia” como le llamaban los pobladores cercanos, se había vuelto mas violento, aparcando sus técnicas de asustar a la gente por ataques directos, habiendo causado heridos y algunas desapariciones.

Alaric detuvo la marcha cuando la oscuridad fue total, aunque el podía ver sabía perfectamente que Akari estaba caminando a ciegas. Alaric detectó un enorme haya con
El tronco huevo que les protegería levemente de la lluvia.


La noche transcurrió tranquila y los leves rayos de sol que se colaban entre los restos de las nubes de la tormenta del día anterior despertaron a ambos que se pusieron en pie para reanudar la marcha. El suelo seguía embarrado pero comenzaba a secarse en las partes que menos agua habían acumulado durante la noche. Aunque calados y algo incómodos ambos siguieron con su misión en completo silencio. Silencio que con el transcurso de los días Akari había aprendido, no solo a respetar, si no a apreciar, pues había agudizado sus sentidos. Akari había descubierto a golpe de reprimenda que Alaric es un hombre de pocas palabras y un maestro estricto a la par que eficiente.

El camino que seguían continuaba adentrándose en el bosque que cada vez se volvía más angosto y oscuro. Akari se obligó a si mismo a mantener la calma y siguió a su maestro tal y como lo había estado haciendo desde que llegaron hace unos días. Mientras Akari pensaba en esto Alaric se detuvo en seco lo que provocó que estuvieran a punto de chocarse y que Akari evitó esquivando a su maestro.

Alaric decidió no prestarle atención y se fijo en el suelo y los alrededores con atención y añadió secamente:

-“Algo está afectando el bosque. Tenemos que darnos prisa. Se acabo el sigilo.”- Según pronunció estas palabras Alaric comenzó a correr en una dirección esquivando los árboles y Akari lo siguió de cerca.

Cerca de una hora después Alaric dio con lo que sospechaba. Ante el la que sin lugar a dudas sería una de las hayas mas viejas del bosque, que se alzaba imponente por decenas y decenas de metros era recorrida por unos extraños hilos negros. En su base había clavado un bastón negro de madera anudada y arrugada del que parecían nacer esos hilos, a su alrededor todo el bosque parecía corrupto, arrugado, retorcido. Alaric dudó un segundo y desenvainó su Zambatou, Akari hizo lo mismo con su Katana milésimas de segundo después. Instintivamente y sin darse cuenta se colocaron espalda con espalda y comenzaron a escrutar los alrededores que estaban sumidos en un silencio abrumador que fue roto por el tronar de varios gritos venidos de la espesura, sobre ellos comenzaron a saltar criaturas parecidas a perros, desfiguradas y locas por la rabia, de cuyas bocas caía una baba amarillenta que parecía ser ligeramente acida por el humo que levantaba al caer sobre el suelo.

Akari fue el primero en reaccionar y aprovechando el movimiento de acercamiento de la criatura realizó una finta que lo puso a su costado desde donde lanzó un corte perfecto que hizo trastabillar a la criatura que cayó rodando varios metros soltando una sangre oscura. Por su parte Alaric lanzó un corte horizontal que partió por la mitad a dos criaturas y lanzó a otra varios metros rodando con un profundo corte en el costado para acabar el movimiento apoyando la Zambatou en su hombro y buscando al próximo enemigo con su ojo bueno. Akari volvió a posicionarse inconscientemente a su espalda, como si de un acto reflejo se tratara y ambos giraban esperando que el siguiente de los 8 perros que aun les rodeaban decidiera atacar pero Akari no pudo esperar y apretando los dientes acumulo la energía de su entorno que se concentró a su alrededor hasta estancarse, almacenada. Cuando reunió el suficiente Ki Akari lanzó la última técnica que había desarrollado. Antes de que pudieran reaccionar Akari estaba detrás de los cuatro perros de su lado, dándoles la espalda. Estos iniciaron el movimiento de giro para caer muertos instantes después cortados por la mitad. Alaric no desaprovechó la oportunidad y lanzó una estocada frontal que atravesó de parte a parte al primero de los perros, para luego alzar su espada, con el cadáver de la criatura aun clavado y que salió por los aires con el movimiento y lanzar un corte descendiente contra el siguiente que lo dejó clavado junto a la zambatou en el suelo dejando a los 2 canes restantes a su izquierda y derecha respectivamente. Alaric soltó la espada que, clavada en el suelo, aun tenía hendido al animal moribundo, extendió sus brazos en cruz con las palmas de las manos abiertas y el suelo tembló a su alrededor, los ojos se le volvieron rojos y habló con una voz gutural:

-“¡Efrit!”- De las palmas de sus manos nacieron sendas llamaradas que redujeron a apenas cenizas a los dos canidos. Cuando el ataque terminó Alaric volvió a la normalidad y tomó su espada arrancándola del suelo y volviendo a colocarla sobre su hombro.

Akari se giró hacia Alaric y le sonrió a tiempo de ver como algo saltaba de los árboles con dos garras metálicas en las manos y se disponía a caer sobre su maestro, alguien que ninguno de los dos había sido capaz de oír ni detectar.

Akari trató de invocar nuevamente su técnica pero no tenía el Ki suficiente y no tenía tiempo suficiente de acumularlo, no podría llegar hasta Alaric a tiempo. Paralizado se quedó observando la situación mientras aquella figura caía sobre Alaric. Akari parpadeó un segundo para abrir los ojos al instante de oír el entrechocar de los metales y ver como Alaric había cambiado la espada de posición para detener el golpe y adoptar una postura defensiva y ahora detenía a duras penas la lluvia de golpes de aquella criatura que tenía más de animal que de humana. Akari no encontraba el hueco por el que unirse al combate para no estorbar a su maestro y se mantuvo expectante con su Katana desenvainada, a tan solo unos metros. Alaric por su parte seguía manteniendo a raya a la criatura que ahora conseguía hacerle retroceder acercándose a uno de los árboles oscurecidos por aquel extraño efecto que atenazaba aquella parte del bosque. Cuando estaba cerca las raíces del árbol comenzaron a atenazar los pies de Alaric y a atarlo contra su tronco. Akari reaccionó rápido y se interpuso entre la criatura y Alaric y su mirada se cruzó con la de la criatura, que en lugar de feroz se le apareció aterrorizada, suplicando ayuda, mientras unas lágrimas corrían por sus mejillas, la voz, muda, que trataba de pedir auxilio a Akari, algo cálido cayó sobre sus manos mientras la vida abandonaba el cuerpo de la chiquilla, que no aparentaba más de 16 años y a la que aquella oscuridad había abandonado para solo dejar una cara atemorizada que suplicaba por su vida.

Akari se quedó paralizado, la daimah cayó sobre el inerte y soltando su espada Akari cayó de rodillas, la oscuridad que parecía corromper el bosque parecía desvanecerse, contrayéndose hacia el bastón que despareció ante ellos. Alaric, ya liberado se acercó a él y lo separó del cuerpo y cogió a la muchacha en brazos, la acercó al gran árbol, que ahora lucía en todo su esplendor y dejándola con delicadeza en el suelo la cerró los ojos.

Cuando volvió junto a Akari este se encontraba en la misma postura que estaba antes, mirando sus manos manchadas de sangre, paralizado ante la visión.

-“No siempre se puede salvar a todo el mundo Akari. Es algo que debes aprender si quieres convertirte en templario, aún estás a tiempo de dejarlo…”- Alaric pasó caminando a su lado mientras le dirigía estás palabras, lección que él aprendió hace muchos años. Akari se levantó y ambos caminaron en silencio.

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2 días después, Fortaleza de Tol Rauko. Tol Rauko.


Akari aún se veía raro con la armadura que le habían fabricado a medida, la cruz, pequeña en el refuerzo del cuello tal y como él la había pedido se le hacía extraña, así como la capa a la que debía acostumbrarse. Estaba sentado en el tejado en el que solía sentarse a meditar.

-“Al final lo conseguiste”- La voz de Saya reconfortó las dudas de Akari, como cada vez que la oía.

-“Supongo… pero, ¿a qué precio?”- Akari agachó la cabeza y miró al suelo hasta que los brazos de Saya le rodearon mientras le abrazaba desde la espalda y acercaba su cabeza sobre su hombro derecho y le besó en la mejilla.

-“Tu maestro lleva dos horas esperándote ahí abajo, deberías bajar… supongo que hasta su paciencia tendrá un límite.”

Saya apartó sus dudas, una vez más y su convicción volvió con fuerza, se giró besó a Saya en los labios y le dedicó una sonrisa antes de saltar desde el tejado para caer al suelo.

-“Me alegro que hayas decidido ser un templario… como tu padre.”

Akari se quedó helado unos segundos y antes de que pudiera contestar Alaric silenció sus dudas.

-“Tu padre fue mi compañero… hasta poco después de nacer tu. Ven tengo algo que darte y después responderé todas tus dudas.

Ambos caminaron hacia una vieja casa, de las más antiguas de Adam que Alaric abrió con una vieja llave. La casa cubierta de polvo se iluminó cuando Alaric pulsó un interruptor. Ambos se miraron y Alaric comenzó a caminar hasta un cofre que había en mitad de la sala y que abrió cogiendo algo envuelto en su interior. Caminó de vuelta hasta Akari y se la tendió. Este la tomó entre sus manos y quitó el trapo, ante él tenía una katana de bella manufactura en cuya empuñadura se podía leer en Yamato-su “Sabiduría”.

-“Fue de tu padre, ahora es tuya por derecho”- Alaric miró unos segundos con mirada paternal a Akari. –“Tomate tu tiempo hoy y disfrútalo con Saya, mañana partimos hacia Kaine, tendremos todo el camino para que pueda responder tus preguntas.”- Para Akari pareció ser suficiente y volvió junto a Saya mientras Alaric se marchaba desapareciendo en la lejanía.