domingo, 18 de noviembre de 2007

Capitulo 4: Generaciones

Algún lugar bajo la superficie de Moth.

Alaric dormitaba apoyado en la pared. No estaban demasiado seguros de cuanto tiempo llevaban en aquella lúgubre caverna, la perpetua oscuridad y los sucesivos combates habían provocado que perdieran la noción del tiempo.

Cansado de esperar decidió levantarse y acompañar a Maria en su guardia, al fin y al cabo el apenas necesitaba dormir. Hikari descansaba recostado frente al lugar donde el se encontraba segundos antes, exhausto por el uso de aquella técnica prohibida.

Alaric caminó unos pasos, su capa roja ondeó respondiendo al movimiento de su pesado cuerpo, que se erguía cerca de dos metros. Musculado por los largos años de combate, la armadura, hecha a medida cuando se convirtió en templario, parecía replicar la forma de sus músculos en aquel oscuro metal. En su pecho, intacta pese a los años de batalla refulgía la cruz carmesí de Tol Rauko. A su espalda, tan alta como el, quizá mas, descansaba una enorme zambatou oscurecida por la sangre pero que se mantenía en un estado impecable.

-“María.”- La grave voz de Alaric se extendió, fría, por los corredores de aquellas ruinas hasta ir perdiéndose poco a poco en la lejanía. María se giró, haciendo volar su pelo rojo, en una larga y rebelde melena que parecía desafiar las leyes de la física, en contraste, unos ojos de color verde oliva con la capacidad de arrastrar al mas puro de los espíritus al abismo, unos ojos que albergaban una tristeza que su bella sonrisa no podía disimular del todo. Su cuerpo, pequeño, grácil, se encontraba envuelto en una capa del mismo color que la de Alaric, ocultando una armadura ligera de bella factura decorada con una cruz carmesí puntada en la hombrera izquierda.

-“Alaric, debes descansar.”- La voz nació dulce, temblorosa, de la garganta de María mientras posaba sus ojos en los de Alaric.

-“Sabes tan bien como yo que no necesito descansar.”- Le respondió Alaric tomando asiento a su lado y apoyando la enorme zambatou en la pared.

Ambos se quedaron en silencio, mirando a la enorme caverna que se abría ante ellos, oscura, temible, como si la misma tierra hubiera abierto sus fauces para devorarlos.

-“¿Crees que lo conseguiremos?”- María rompió el silencio, sin apartar la vista de la caverna. –“Debemos llevar aquí casi dos semanas y aun no hemos encontrado ningún indicio…”- Paró de hablar de repente, sin saber que decir. Toda su fortaleza se vino abajo de golpe y rompió a llorar, saltando a los brazos de Alaric que abandonó su frialdad para abrazarla.

-“Lo conseguiremos, aunque tenga que recorrer cada galería de este maldito lugar, encontraremos a Akari, salvaremos a tu hijo y saldremos los cuatro de aquí.”- Alaric se mantuvo firme, seguro de si mismo, convencido de sus palabras, en realidad convenciéndose, tenía que transmitir esa seguridad a María, una seguridad que le abandonaba con el paso de los días.

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Algún lugar bajo la superficie de Moth, varios días después.

Hikari habría la marcha, a diferencia de sus dos compañeros portaba una armadura mas ligera cuya única parte metálica era la espaldera donde se encontraba la cruz carmesí. Portaba una Katana de bella manufactura, sujeta a la cintura, de empuñadura sencilla tenía una palabra en Yamato-su grabada en la empuñadura, “sabiduría”. Escasos metros tras el caminaban Alaric y María, los tres en silencio, visiblemente cansados.

Un ruido los devolvió a la cruda realidad, los tres se pusieron en guardia poniendo su espalda contra las paredes, con las manos en las empuñaduras. Dos guardias, frente a ellos, cada uno en un lado de la cueva, guardando una extraña puerta de roca redonda, con extraños grabados que ni ellos, pese a sus conocimientos, pudieron interpretar.

Los guardias reaccionaron… tarde. Hikari ya estaba a su lado cuando reaccionaron, envainando su espada, cuando el clic que anunciaba la sujeción del filo en la vaina las dos quimeras cayeron partidas por la mitad. El olor era asqueroso, formadas por partes de distintos animales y dotadas de cierta inteligencia las quimeras eran bastante comunes como guardia en lugares como aquel.

Los tres se reunieron frente a aquella enorme puerta giratoria y estudiaron los símbolos, cuando lo leyeron en profundidad llegaron a la misma conclusión: -“Solomon”- dijeron al unísono.

Hikari dio un par de pasos hacia la puerta y los símbolos arcaicos se iluminaron uno a uno formando un círculo perfecto. Una vez completado, la puerta se abrió. Hikari nunca había entendido por que la tecnología de Solomon reaccionaba ante el, tampoco había dicho nunca nada a nadie.

Reprimiendo con un gesto de la mano las preguntas de sus dos compañeros Hikari se adentró en la oscura sala recién abierta. Alaric y María lo siguieron acallando sus dudas, había prioridades, ya habría tiempo para las preguntas.

La sala comenzó a iluminarse poco a poco mientras las luces de los laterales se encendían una a una desde su posición hacia delante, iluminando la sala que se mostró poco a poco frente a ellos. El suelo estaba cubierto de polvo, un polvo acumulado durante siglos que explicaba lo viciado del aire. Frente a ellos en un trono descansaba la estatua de lo que debió ser alguien importante del pasado, por los adornos que mostraban sus tallas.

Ambos miraron en todas direcciones y no encontraron nada, de repente una voz cavernosa, lejana, que parecía venir de todas partes y ninguna comenzó a hablar en aquella sala en un idioma antiguo que solo alguien experimentado como ellos podría llegar a conocer:

-“Mis fieles siervos no solo me han traído a uno de los herederos, si no que han conseguido que alguien pueda romper el sello. Parece que tendré que recompensarlos… con una muerte breve e indolora.”- La voz sonaba mecánica, lejana, carente de vida.

La estatua comenzó a resquebrajarse dejando entrever partes metálicas debajo de aquella capa de polvo solidificada que le había dado sensación de piedra. Poco a poco, como si recuperara la movilidad tras largos años de parálisis se irguió haciendo temblar el suelo, cayendo pequeños fragmentos de piedra y tirando los restos del polvo solidificado sobre ella al suelo.

-“¿Donde has metido a mi hijo? ¡Devuélvemelo!“- María dio unos pasos hacia la estatua, gritando desesperada mientras las lágrimas de rabia recorrían sus mejillas. Rabia que cegó sus sentidos y la impidió ver el brazo de la estatua que descendía veloz sobre su cabeza.

El brazo cayó al suelo desviado y no impactó sobre María, a su lado Hikari envainaba la katana, en cuyo filo se pudo distinguir la palabra coraje en Yamato-su. La estatua, ahora sin brazo presentaba un corte perfecto, totalmente liso, sin ninguna irregularidad. Cuando la estatua fue a dar el siguiente paso cayó cortada en otros dos trozos que presentaban la misma perfección, anunciados nuevamente por el sonido de la katana al terminar de ser envainada.

Creyendo haber acabado con la amenaza los tres se relajaron hasta que la voz mecánica que esta vez provenía de un único punto que se ilumino ante ellos. De la puerta apareció un hombre alto, sin pelo en la cabeza ni en las cejas que portaba una túnica verde oscura raída adornada por ribetes dorados en contraste con su tez morena. En sus brazos, placidamente dormido descansaba un bebé de apenas unos meses.

-“Tsch”- El extrañó emitió un sonido silbante con sus labios indicando a los tres que guardaran silencio. –“Callad infieles, pues ante vosotros tenéis al quinto y último prelado que abrirá las puertas y traerá la consunción a este mundo de pecado.”- La voz del tipo sonaba grave, oscura, como si en su interior hubiera un pozo insondable y el eco de su fondo trajera la voz a la estancia en la que se encontraban. –“El Quinto prelado que abrirá el quinto y último sello ha nacido y ha sido encontrado por su guía, hoy se cierra el círculo.”- Las misteriosas palabras de aquel hombre hicieron dudar un segundo a Hikari y a Alaric, pero María no dudo y caminó hacia su hijo, para traerlo hacia sí, caminaba lenta, insegura hacia aquel hombre que bajo la vista hacia ella y alzo la voz que está vez pareció tronar, cargada de poder:

-“Pero vosotros, que habéis desafiado la voluntad del maestro no sois dignos de la purificación de su haz sagrado, no veréis la consunción. Que la cuna del quinto prelado sea la tumba de los infieles.”- Al terminar de pronunciar estas palabras el suelo se abrió bajo el grupo y todos cayeron al vacío mientras escuchaban el llanto de Akari alejarse.

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Algún lugar bajo la superficie de Moth. Varias horas después.

Alaric despertó desorientado y miró en todas direcciones, estaba tumbado y a su lado yacía María, inconsciente y respirando con dificultad. Alaric, alarmado, se levantó con velocidad y se acercó a María solo a tiempo de que la voz de Hikari respondiera a sus dudas:

-“Ha vuelto a caer en una de sus pesadillas, no consigo despertarla y esta vez lleva así desde hace horas, ambos habéis estado inconscientes desde que caímos, pude evitar la mayor parte del golpe, pero aun así os golpeasteis la cabeza.”- La voz de Hikari sonaba monótona, casi carente de vida, como si algo le hubiera arrebatado el aliento vital de las entrañas y hubiera dejado un cascarón de hueso y carne. Alaric entendía el porque, había abandonado toda esperanza y al mirar a su alrededor encontró la razón, la sala en la que se encontraban estaba sellada en todas direcciones, incluyendo el hueco por el que debían de caer y la oscuridad era completa, tanto que incluso su visión en la oscuridad parecía no funcionar del todo y estar sumida en la penumbra.

María despertó, cubierta en sudor miró en todas direcciones en busca de algo que sabía perfectamente no iba a encontrar, su hijo. Una vez devuelta a la realidad que la abofeteo una vez más con todas sus fuerzas, hundida las lágrimas brotaron sin control de sus enrojecidos ojos y se mantuvo tumbada mirando al infinito.

La desesperanza comenzó a invadirle a el también, mellando su ánimo, haciéndole consciente de que ya no había ninguna posibilidad de rescatar al niño, todo estaba perdido, la mejor opción era abandonar y dejarse morir en aquel lúgubre lugar. De repente se detuvo y miró en todas direcciones, apretó los dientes llenos de rabia y cogió su zambatou mientras miraba como sus compañeros ni siquiera reaccionaban al verlo, en ese momento entendió todo y susurró:

-“No hay prisión mayor que la que no tiene barrotes…”- Enarbolando su zambatou la alzó con ambas manos en el aire preparando un golpe vertical devastador mientras recitaba un ensalmo y dos energías comenzaban a flotar alrededor de la espada: -“Ilumina las sombras Licht, oscurece la luz, Dunkelheit. ¡Equilibrio!”- Al gritar esta última palabra Alaric hizo descender la zambatou con fuerza y un haz oscuro con el borde de pura luz nació del filo de la enorme espada iluminando la estancia.

María y Hikari parecieron reaccionar unos segundos después. Muy cerca de ellos Alaric estaba arrodillado manteniéndose en pie gracias a la zambatou, con la respiración acelerada y cubierto de sudor. Frente a el una especie de artilugio soltaba chispas, cortado por la mitad, así como la pared que había detrás de el, a sus pies una grieta hecha en el suelo, perfectamente alineada con el lugar donde se encontraba Alaric. María e Hikari comprendieron que Alaric había utilizado su ataque más poderoso para liberarlos de aquella prisión mental.

Alaric se puso en pie a duras penas para sorpresa de ambos, habitualmente no podía volver a moverse en varios días después de usar aquel ataque.

-“Debemos encontrar a Akari, démonos prisa”- Alaric comenzó a caminar cargando la espada con dificultad a su espalda y avanzando con paso indeciso. Tanto María como Hikari lo cogieron por los hombros y lo ayudaron a caminar. Alaric los miró enfadado un segundo pero apartó su orgullo por esta vez y aceptó la ayuda que le ofrecían sus compañeros.



Los tres caminaban con dificultad debido al precario estado de Alaric. Seguían la intuición de María como en las ocasiones anteriores, al fin y al cabo era la que les había conducido hasta allí. Las estancias estaban bien construidas y bien organizadas, les fue fácil orientarse piso tras piso, pues todos eran muy similares. Algunas horas después un llanto lejano, que María reconoció mientras le sobrecogía el corazón, les indicó que iban por el buen camino así que aceleraron el paso.


María abrió la puerta de la sala en primer lugar y la alegría invadió su cuerpo cuando vio a su hijo placidamente dormido en una cuna de bella manufactura. Se acercó a el y se sintió revivida cuando notó su tibia calidez junto a ella, lo arropó con cuidado con las mantas e hizo un gesto a sus dos compañeros para abandonar aquel lugar. Tenían que aprovechar todo el tiempo posible mientras pensaran que aun estaban muertos.

Los tres avanzaban todo lo rápido que podían buscando la salida de aquel lugar. Cruzaron varias salas sin encontrarse a nadie hasta que llegaron a un portón que conocían, tras el solo unas galerías de unos pocos cientos de metros les separarían de la salida.

Alaric, ligeramente recuperado, e Hikari empujaron la puerta para ver horrorizados lo que se presentaba ante ellos. En la enorme sala que había tras el portón descansaba un pequeño ejército formado por unas 500 de las quimeras que habían ido viendo a lo largo de las ruinas. Y en un atril, frente a ellos, a escasos metros, aquel tipo de tez morena arengaba a sus tropas en un idioma que no entendían pero si reconocían.

El tipo se giró ante ellos y lejos de estar sorprendido sonreía.

-“Al fin me habéis traído al quinto prelado para que contemple a su ejército.”- El tipo extendió los brazos esperando que maría le entregara al niño pero esta se echó hacia atrás, ocultándose tras Alaric e Hikari al tiempo que éste último saltaba desenvainando su Katana que fue detenida por un escudo invisible que rodeaba a aquel hombre.

-“El acero no puede traspasar mi escudo, estáis perdidos, Entregadme al niño y os prometo que no sufriréis… mas de lo necesario.”- A diferencia de la reacción que aquel tipo esperaba Hikari sonrió ante el al tiempo que el símbolo de la empuñadura y el del filo de su Katana se iluminaban y juntando su luz iluminaban a un tercero en el que se leía “Honor” en Yamato-su. La espada empezó a cortar el escudo como si fuera mantequilla y siguió el camino que debería haber seguido en un principio provocando un profundo corte en el hombro de aquel hombre que sangró con profusión mientras daba dos pasos hacia atrás con una mueca de indescriptible dolor que solo era superada por la de sorpresa. En cuestión de segundos la sorpresa y el dolor dieron paso a la ira. El tipo apretó con fuerza sus dientes hasta hacer sangras sus encías y extendiendo los brazos se elevó en el aire mientras gritaba: -“¡Matadlos a todos, incluido al niño! Aun queda otro candidato a quinto prelado…”- Susurró esto último entre dientes, mas para sí que para el resto mientras se marchaba. Los tres adoptaron una posición defensiva, Hikari dio la vuelta y miró a los ojos de Alaric con tristeza, este le comprendió enseguida. A continuación a los de María y por último miró a su hijo y sonrió. Giró la cabeza y miró al ejército, empuñó su Katana con una sola mano y cortó la otra con vehemencia cubriendo el filo de la Katana, haciendo comprender a maría.

-“¡Hikari, no lo hagas! ¡Morirás!”- Los gritos de maría llegaron tarde pues su esposo ya cargaba con velocidad sobre humana contra el ejército, a su alrededor las piedras temblaban y el suelo se agrietaba bajo sus pies a cada paso, una energía dorada parecía rodear su cuerpo, imitando la forma de su silueta.

-“Vamos, tenemos que aprovechar el tiempo que Hikari nos ha dado”- Alaric intentaba mantenerse frío y sereno mientras su mejor amigo se encaminaba a una muerte segura para darles una oportunidad de escapar. Alaric sabía perfectamente que ya no quedaba nadie vivo que pudiera utilizar el Berserk y luego sobrevivir.

-“No podemos abandonarle, Alaric. ¿Vas a abandonarle?”- María lloraba mientras Alaric prácticamente la arrastraba hacía la salida.

-“No, María, vas a fallarle tu quedándote, vas a dejar que muera en vano, el quiere salvaros a los dos… y yo no puedo luchar…”- Alaric hablaba apesadumbrado y sus palabras bastaron para convencer a María que se marchó entre lágrimas siguiendo a
Alaric que despejaba el camino con sus últimas fuerzas.


Hikari estaba rodeado por cientos de cadáveres a su alrededor, caminaba arrastrando los brazos, sus ojos, totalmente en blanco, carentes de vidas, sus movimientos, meros actos reflejos de un cuerpo que había sido enseñado a moverse durante años, un cuerpo maltrecho por las heridas que se movía con la misma agilidad que cuando estaba perfecto.

El cuerpo inerte de Hikari reaccionó ante un movimiento, tras unas sombras algo parecía acercarse hacia el y de las sombras brotó una voz grave y ronca:

-“Interesante… es la primera vez que veo algo así”- Antes de que el cuerpo de Hikari lanzará su ataque un bastón negro de roble anudado atravesaba su pecho y el cuerpo inerte de Hikari caía muerto, definitivamente.


Alaric caminaba a duras penas, arrastrando su zambatou que chirriaba contra la fría piedra del suelo. Ahora el cerraba la marcha y María iba delante, el peligro ahora estaba detrás. Aun así María se mantenía junto a él ignorando sus recomendaciones pero manteniéndose protectora con Akari que descansaba en sus brazos.

Alaric cayó hincando una rodilla en tierra y María se giró preocupada:

-“Alaric, tienes que aguantar. Mira, ahí está la salida, pronto lo conseguiremos y podré utilizar el hechizo de retorno para ponernos a salvo.”- María se acercó a el y le ayudó a levantarse, cargándolo sobre sus hombros volvieron a avanzar hacia la luz que ya asomaba en la lejanía.

Aquellos metros les parecieron kilómetros, los minutos, días. Pero al fin llegaron a la salida y la luz del sol los cegó durante unos segundos a la par que de alguna forma los reconfortaba en su interior. Akari despertó en ese momento y desperezándose iluminado por la luz del sol sonrío a ambos, inundándolos de esperanza.

-“Que estampa tan maravillosa, digna de las mejores fábulas. Es una pena tener que destruirla con mis propias manos.”- La voz del tipo de tez morena provenía de la cueva y cuando ambos se adaptaron a la nueva intensidad de la luz pudieron verle aparecer con una sonrisa sádica, a su alrededor el poder que generaba su cuerpo alteraba el entorno, distorsionándolo, la herida de su hombro pese a la profundidad ya se encontraba casi cerrada por completo.

-“No pudisteis morir en el supresor mental y aceptar una muerte fácil y aplacible. No. Tuvisteis que escapar y corromper al quinto, frustrar mis planes, ahora tendré que volver a esperar… pero vosotros… ¡vosotros sufriréis mi ira durante todos esos años!”- El hombre rompió en una carcajada de pura enajenación que aterrorizó a ambos, hasta que Alaric consiguió reaccionar.

-“María, rápido el conjuro de retorno.”- Alaric zarandeó a María a la desesperada y esta reaccionó con velocidad comenzando a invocar el conjuro. En el suelo a su alrededor se formó un círculo de luz azul que se iluminó rápidamente para luego extinguirse y desaparecer.

María y Alaric se miraron sorprendidos, estaban en el mismo sitio cuando deberían estar a cientos de kilómetros de allí, a salvo. Sin embargo Akari había desaparecido ante sus ojos, y en el preciso instante en el que fueron conscientes que el niño no estaba comprendieron todo.

-“Ya hemos sido declarados proscritos, no podemos volver.”- Alaric habló con pesadumbre y ambos se miraron con resolución en sus ojos, habían cumplido lo que habían venido a hacer a aquel lugar varios días atrás, salvar a Akari, y ahora este se encontraba en el lugar más seguro de Gaia.

El hombre los miró un segundo y apretó el puño con frustración:

-“No podéis protegerle, solo habéis retrasado lo inevitable, una vez os encierre iré en su búsqueda y durante años veréis como los demás sufren el peso de mi ira.”

María miró a Alaric y este entendió en su mirada lo que ella pretendía hacer y antes de que siquiera pudiera negar está ejecutó su movimiento y ante la mirada estupefacta de aquel hombre despareció para reaparecer en su espalda y sujetarlo con fuerza, reteniéndolo inmovilizado en la entrada de la cueva.


-“¡Ahora, Alaric, el sello de sangre! ¡Hazlo, no podré aguantar mucho más!”- En ese momento Alaric derramó una lágrima, una sola lágrima que cayó sobre el filo de su espada. En el preciso momento en el que la lágrima se rompía por el impacto Alaric cargó hacia el frente con la espada extendida hacia atrás y un amplío movimiento lanzó una estocada que atravesó de parte a parte a aquel tipo y a María. A continuación Alaric soltó la espada que se mantuvo sostenida en el aire hendiendo ambos cuerpos, pronunció unas palabras en voz baja y se dispuso a acercarse a la espada para sellar con su sangre el cuerpo de ambos, pero no llegó a la espada a tiempo, antes de que pudiera realizar un corte en la palma de su mano el hombre de tez oscura liberó un brazo y lanzó un golpe con sus manos que cortó la cara de Alaric cruzando su ojo izquierdo. Sonriendo triunfante aquel tipo no se dio cuenta de que la sangre que brotó del corte caía en la espada de Alaric completando el sello. La espada se iluminó, roja, en toda su envergadura y ambos comenzaron a convertirse en piedra mientras María gesticulaba la palabra adiós con sus labios.

Una vez convertidos en piedra el sello continuó hasta cerrar por completo la entrada a la cueva y dejar a ambos como eternos vigilantes de la entrada. Para completar el sellado Alaric extrajo la espada dejando un enorme hueco en la entrada sellada de la cueva, justo en el pecho de los cuerpos petrificados. Frente a ellos cayó de rodillas y clavando la espada en el suelo se quedó mirando la cueva que sepultaba a sus seres queridos.

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17 Años después. Adam, isla de Tol Rauko.


Akari estaba recostado en el tejado de la iglesia mirando las estrellas mientras mordía una manzana con energía.

-“Akari, piensas pasarte aquí toda la noche, mañana recibirás tu maestro para ser templario. ¿Estás nervioso verdad? Por fin el insondable Akari Nagi muestra un sentimiento humano.”- Una chica bajita de un extraño pelo azul se asomó detrás del campanario y pronunciando la última frase con sorna rompió a reír con la broma. Akari dio un bocado mas a la manzana fingiendo no haberla escuchado.

-“Vamos, Aka, podías sonreír alguna vez. Hazlo por mi.”- La chica puso cara de pucheros y arrancó una medio sonrisa de la cara de Akari que trató de ocultarla lo antes posible.

-“¡Has sonreído! ¡Lo he visto!”- La chica volvió a reír y su dulce risa inundó la zona, se respiraba paz y tranquilidad.

-“No he sonreído… y no me llames Aka, sabes que lo odio.”- Dijo Akari forzando una imagen de falso enfado mientras se erguía y la chica se sentaba a su lado cogiéndole la mano. Akari se la tomó con fuerza y tomó aire para preguntar, nunca se le habían dado bien esos temas.

-“Saya, tu… yo…”- Saya acercó un dedo y silenció con suavidad las dudas de Akari apoyando su dedo en sus labios.

-“Te esperaré el tiempo que haga falta, este es el hogar de las familias de los templarios de Tol Rauko… y tu eres mi familia.”- Saya besó a Akari en los labios y las preocupaciones parecieron abandonar su cuerpo, en ese momento solo estaban ellos, el cielo y un hueso de manzana rodando tejado abajo.

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1 Día después. Un acantilado en el borde de la isla de Tol Rauko.


5 personas esperaban en un pequeño llano cubierto de verde hierba, junto a uno de los acantilados que conformaban la isla que albergaba una de las organizaciones más poderosas de todo Gaia.

Akari lanzó una mirada a sus otros 4 acompañantes, el más joven de ellos debía de tener al menos 32 años y todos y cada uno habían formado parte de la guardia regular de Tol Rauko y se habían ganado por meritos propios la posibilidad de convertirse en templario. Sin embargo ahí estaba el, apunto de cumplir los 18 años y con las mismas posibilidades de alcanzar ese puesto… puesto que le permitiría alejarse de aquella isla y conocer el mundo.

Les habían dicho que se mantuvieran en aquella incomoda postura de firmes hace mas de dos horas y que esperaran a que su examinador viniera. El sabía perfectamente que aquella espera formaba parte de la prueba, comprobaban su disciplina y el no estaba dispuesto a moverse. No debió de pensar igual el más joven de sus compañeros cuando decidió estirarse tras escrutar el horizonte en busca del examinador. Según realizó aquel movimiento ante ellos aparecieron dos templarios y con un gesto hicieron entender al tipo que había suspendido, agachando la cabeza aceptó su situación y se marchó, a los demás les dieron permiso para descansar y así lo hicieron todos.

Frente a ellos los dos templarios examinaban con la mirada a los aspirantes. Uno de ellos llevaba una espada larga a la cintura y una armadura completa que sujetaba la tradicional capa roja de Tol Rauko, el otro llevaba una armadura de piezas que no cubría todo su cuerpo y la misma capa que era detenida a su espalda por una enorme espada que debía ser igual de alta que el portador, un hombre de casi dos metros.

-“Coged vuestras armas.”- El tipo de la espada larga habló en primer lugar. –“Va a comenzar vuestra segunda prueba. Debéis herirnos a uno de nosotros en las próximas cuatro horas, como mucho dos lo conseguiréis y los otros os marcharéis, sois libres de emplear los métodos que queráis. Comenzad.”- El tipo hablo calmado y dio unos pasos hacia atrás mientras ambos desenvainaban esperando a los candidatos.

Dos de los tipos se lanzaron sin dudar al ataque desenvainando sus espadas, Akari y el mayor de los aspirantes se quedaron estudiando la situación, ambos se miraron y comprendieron que si se ayudaban aumentarían sus posibilidades. Se asintieron mutuamente y atacaron a la par al instructor de la espada larga que se enfrentaba a uno de los otros dos aspirantes.

Akari y su nuevo aliado lanzaron un ataque aprovechando que el examinador reculaba, el ataque, prácticamente lanzado al unísono tomó de improviso al examinador que no pudo reaccionar y ambos impactaron a la vez haciendo sendos cortes superficiales en los brazos del templario que envainando su espada se retiró del combate y anunció el primero que pasaría la prueba:

-“Sebastian Sercks, pasa la prueba, puede mantenerse al margen del combate, los demás continúen.”- Los dos aspirantes restantes se giraron a tiempo de ver como el último de ellos conseguía herir ligeramente el hombro del pretoriano Adler que le declaraba apto para la siguiente prueba.

Los examinadores reunieron a los cuatro aspirantes en el punto inicial y para sorpresa de todos Alaric Adler anunció los que comenzarían su instrucción como templarios:

-“Sebastian Sercks y Akari Nagi serán entrenados por el Kaink Shiver y por mi respectivamente. Ambos han demostrado su entereza, su capacidad de adaptación, reacción y trabajo en equipo, sacrificando el bien de uno por la consecución de su objetivo final. Los demás volveréis a vuestros puestos. Eso es todo.”-

Dándose cuenta de su error los eliminados se marcharon con la cabeza agachada a causa de la vergüenza. Los dos aspirantes restantes siguieron a sus respectivos maestros de vuelta a la fortaleza de Tol Rauko.

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6 meses después. Profundidades del bosque de Cozal, Kanon.


La lluvia caía con fuerza sobre las copas de los árboles inclinando las ramas hasta el límite y arrancando las más débiles de ellas que yacían en el suelo embarrado. Aun era de día pero las oscuras nubes habían adelantado la llegada de la oscuridad impidiendo el paso de los últimos rayos del sol, oscuridad acentuada por cada una de las infinitas sombras que proyectaban los árboles.

Alaric abría la marcha, ambos caminaban en línea recta pisando en los mismos lugares para ocultar en las huellas de Alaric las de Akari, más pequeñas. Ambos se cubrían con sus respectivas capas y caminaban pegados a los árboles mas grandes, donde el suelo era más estable y más sólido debido a que se mojaba menos y la consistencia que daban las raíces.

Akari trataba de ocultar sus nervios, esta era su primera misión fuera de Tol Rauko tras el duro entrenamiento recibido y no quería fallar. El otro equipo incluido en esta misión estaba formado por Kaink Shiver y Sebastian Sercks, viejos conocidos, que se habían internado en el bosque desde la otra dirección para cubrir el mayor terreno posible en la menor cantidad de tiempo. Su misión era atrapar a un Daimah que había perdido la razón hace algunos meses y atacaba a todo el que entraba en “su” bosque, pues se había autoproclamado dueño y defensor del territorio. En un principio Tol Rauko había decidido no intervenir pero en los últimos días “El hombre-bestia” como le llamaban los pobladores cercanos, se había vuelto mas violento, aparcando sus técnicas de asustar a la gente por ataques directos, habiendo causado heridos y algunas desapariciones.

Alaric detuvo la marcha cuando la oscuridad fue total, aunque el podía ver sabía perfectamente que Akari estaba caminando a ciegas. Alaric detectó un enorme haya con
El tronco huevo que les protegería levemente de la lluvia.


La noche transcurrió tranquila y los leves rayos de sol que se colaban entre los restos de las nubes de la tormenta del día anterior despertaron a ambos que se pusieron en pie para reanudar la marcha. El suelo seguía embarrado pero comenzaba a secarse en las partes que menos agua habían acumulado durante la noche. Aunque calados y algo incómodos ambos siguieron con su misión en completo silencio. Silencio que con el transcurso de los días Akari había aprendido, no solo a respetar, si no a apreciar, pues había agudizado sus sentidos. Akari había descubierto a golpe de reprimenda que Alaric es un hombre de pocas palabras y un maestro estricto a la par que eficiente.

El camino que seguían continuaba adentrándose en el bosque que cada vez se volvía más angosto y oscuro. Akari se obligó a si mismo a mantener la calma y siguió a su maestro tal y como lo había estado haciendo desde que llegaron hace unos días. Mientras Akari pensaba en esto Alaric se detuvo en seco lo que provocó que estuvieran a punto de chocarse y que Akari evitó esquivando a su maestro.

Alaric decidió no prestarle atención y se fijo en el suelo y los alrededores con atención y añadió secamente:

-“Algo está afectando el bosque. Tenemos que darnos prisa. Se acabo el sigilo.”- Según pronunció estas palabras Alaric comenzó a correr en una dirección esquivando los árboles y Akari lo siguió de cerca.

Cerca de una hora después Alaric dio con lo que sospechaba. Ante el la que sin lugar a dudas sería una de las hayas mas viejas del bosque, que se alzaba imponente por decenas y decenas de metros era recorrida por unos extraños hilos negros. En su base había clavado un bastón negro de madera anudada y arrugada del que parecían nacer esos hilos, a su alrededor todo el bosque parecía corrupto, arrugado, retorcido. Alaric dudó un segundo y desenvainó su Zambatou, Akari hizo lo mismo con su Katana milésimas de segundo después. Instintivamente y sin darse cuenta se colocaron espalda con espalda y comenzaron a escrutar los alrededores que estaban sumidos en un silencio abrumador que fue roto por el tronar de varios gritos venidos de la espesura, sobre ellos comenzaron a saltar criaturas parecidas a perros, desfiguradas y locas por la rabia, de cuyas bocas caía una baba amarillenta que parecía ser ligeramente acida por el humo que levantaba al caer sobre el suelo.

Akari fue el primero en reaccionar y aprovechando el movimiento de acercamiento de la criatura realizó una finta que lo puso a su costado desde donde lanzó un corte perfecto que hizo trastabillar a la criatura que cayó rodando varios metros soltando una sangre oscura. Por su parte Alaric lanzó un corte horizontal que partió por la mitad a dos criaturas y lanzó a otra varios metros rodando con un profundo corte en el costado para acabar el movimiento apoyando la Zambatou en su hombro y buscando al próximo enemigo con su ojo bueno. Akari volvió a posicionarse inconscientemente a su espalda, como si de un acto reflejo se tratara y ambos giraban esperando que el siguiente de los 8 perros que aun les rodeaban decidiera atacar pero Akari no pudo esperar y apretando los dientes acumulo la energía de su entorno que se concentró a su alrededor hasta estancarse, almacenada. Cuando reunió el suficiente Ki Akari lanzó la última técnica que había desarrollado. Antes de que pudieran reaccionar Akari estaba detrás de los cuatro perros de su lado, dándoles la espalda. Estos iniciaron el movimiento de giro para caer muertos instantes después cortados por la mitad. Alaric no desaprovechó la oportunidad y lanzó una estocada frontal que atravesó de parte a parte al primero de los perros, para luego alzar su espada, con el cadáver de la criatura aun clavado y que salió por los aires con el movimiento y lanzar un corte descendiente contra el siguiente que lo dejó clavado junto a la zambatou en el suelo dejando a los 2 canes restantes a su izquierda y derecha respectivamente. Alaric soltó la espada que, clavada en el suelo, aun tenía hendido al animal moribundo, extendió sus brazos en cruz con las palmas de las manos abiertas y el suelo tembló a su alrededor, los ojos se le volvieron rojos y habló con una voz gutural:

-“¡Efrit!”- De las palmas de sus manos nacieron sendas llamaradas que redujeron a apenas cenizas a los dos canidos. Cuando el ataque terminó Alaric volvió a la normalidad y tomó su espada arrancándola del suelo y volviendo a colocarla sobre su hombro.

Akari se giró hacia Alaric y le sonrió a tiempo de ver como algo saltaba de los árboles con dos garras metálicas en las manos y se disponía a caer sobre su maestro, alguien que ninguno de los dos había sido capaz de oír ni detectar.

Akari trató de invocar nuevamente su técnica pero no tenía el Ki suficiente y no tenía tiempo suficiente de acumularlo, no podría llegar hasta Alaric a tiempo. Paralizado se quedó observando la situación mientras aquella figura caía sobre Alaric. Akari parpadeó un segundo para abrir los ojos al instante de oír el entrechocar de los metales y ver como Alaric había cambiado la espada de posición para detener el golpe y adoptar una postura defensiva y ahora detenía a duras penas la lluvia de golpes de aquella criatura que tenía más de animal que de humana. Akari no encontraba el hueco por el que unirse al combate para no estorbar a su maestro y se mantuvo expectante con su Katana desenvainada, a tan solo unos metros. Alaric por su parte seguía manteniendo a raya a la criatura que ahora conseguía hacerle retroceder acercándose a uno de los árboles oscurecidos por aquel extraño efecto que atenazaba aquella parte del bosque. Cuando estaba cerca las raíces del árbol comenzaron a atenazar los pies de Alaric y a atarlo contra su tronco. Akari reaccionó rápido y se interpuso entre la criatura y Alaric y su mirada se cruzó con la de la criatura, que en lugar de feroz se le apareció aterrorizada, suplicando ayuda, mientras unas lágrimas corrían por sus mejillas, la voz, muda, que trataba de pedir auxilio a Akari, algo cálido cayó sobre sus manos mientras la vida abandonaba el cuerpo de la chiquilla, que no aparentaba más de 16 años y a la que aquella oscuridad había abandonado para solo dejar una cara atemorizada que suplicaba por su vida.

Akari se quedó paralizado, la daimah cayó sobre el inerte y soltando su espada Akari cayó de rodillas, la oscuridad que parecía corromper el bosque parecía desvanecerse, contrayéndose hacia el bastón que despareció ante ellos. Alaric, ya liberado se acercó a él y lo separó del cuerpo y cogió a la muchacha en brazos, la acercó al gran árbol, que ahora lucía en todo su esplendor y dejándola con delicadeza en el suelo la cerró los ojos.

Cuando volvió junto a Akari este se encontraba en la misma postura que estaba antes, mirando sus manos manchadas de sangre, paralizado ante la visión.

-“No siempre se puede salvar a todo el mundo Akari. Es algo que debes aprender si quieres convertirte en templario, aún estás a tiempo de dejarlo…”- Alaric pasó caminando a su lado mientras le dirigía estás palabras, lección que él aprendió hace muchos años. Akari se levantó y ambos caminaron en silencio.

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2 días después, Fortaleza de Tol Rauko. Tol Rauko.


Akari aún se veía raro con la armadura que le habían fabricado a medida, la cruz, pequeña en el refuerzo del cuello tal y como él la había pedido se le hacía extraña, así como la capa a la que debía acostumbrarse. Estaba sentado en el tejado en el que solía sentarse a meditar.

-“Al final lo conseguiste”- La voz de Saya reconfortó las dudas de Akari, como cada vez que la oía.

-“Supongo… pero, ¿a qué precio?”- Akari agachó la cabeza y miró al suelo hasta que los brazos de Saya le rodearon mientras le abrazaba desde la espalda y acercaba su cabeza sobre su hombro derecho y le besó en la mejilla.

-“Tu maestro lleva dos horas esperándote ahí abajo, deberías bajar… supongo que hasta su paciencia tendrá un límite.”

Saya apartó sus dudas, una vez más y su convicción volvió con fuerza, se giró besó a Saya en los labios y le dedicó una sonrisa antes de saltar desde el tejado para caer al suelo.

-“Me alegro que hayas decidido ser un templario… como tu padre.”

Akari se quedó helado unos segundos y antes de que pudiera contestar Alaric silenció sus dudas.

-“Tu padre fue mi compañero… hasta poco después de nacer tu. Ven tengo algo que darte y después responderé todas tus dudas.

Ambos caminaron hacia una vieja casa, de las más antiguas de Adam que Alaric abrió con una vieja llave. La casa cubierta de polvo se iluminó cuando Alaric pulsó un interruptor. Ambos se miraron y Alaric comenzó a caminar hasta un cofre que había en mitad de la sala y que abrió cogiendo algo envuelto en su interior. Caminó de vuelta hasta Akari y se la tendió. Este la tomó entre sus manos y quitó el trapo, ante él tenía una katana de bella manufactura en cuya empuñadura se podía leer en Yamato-su “Sabiduría”.

-“Fue de tu padre, ahora es tuya por derecho”- Alaric miró unos segundos con mirada paternal a Akari. –“Tomate tu tiempo hoy y disfrútalo con Saya, mañana partimos hacia Kaine, tendremos todo el camino para que pueda responder tus preguntas.”- Para Akari pareció ser suficiente y volvió junto a Saya mientras Alaric se marchaba desapareciendo en la lejanía.

viernes, 24 de agosto de 2007

Capitulo 3: Un Halcon Entre Cuervos

Castillo de Larcs. Du’Lucart, Capital de Lucrecio.

Los pasillos del castillo estaban oscuros, solo iluminados intermitentemente por la luz que proferían los rayos de la tormenta que había fuera. Llovía con fuerza, golpeando los cristales y amortiguando las voces que salían de la única sala iluminada de todo el ala izquierda.

-“Si el príncipe se entera estamos muertos, ha demostrado mucho interés en esta niña, y ambos sabemos que el príncipe no es de los que muestran su interés…”-

-“Calla, cuando hayamos conseguido esto con éxito nos convertiremos en la mano derecha de Lucanor, tal como lo fue Loctus. Somos sus mejores científicos, no nos matará… y menos cuando vea nuestro éxito, donde Loctus fracasó nosotros prosperaremos.”

-“Pero nadie ha sobrevivido sin secuelas después de someterse a mas de un 3% del proceso, es el limite… un 25%... vas a convertirla en un monstruo y si no nos mata la cría lo hará el príncipe.”

El primero de los dos hombres ataviados con batas blancas ignoró las peticiones de su compañero y siguió preparando el experimento. En un potro, atada fuertemente de pies y manos yacía inconsciente una niña de apenas doce años. Su larga melena rubia le caía revuelta entre la cara y por la parte de atrás del potro. Llevaba un pijama de color azul que contrastaba con la ausencia de colorido de la sala.

-“Aunque consiguieras que no tenga secuelas su dependencia sería enorme, se acabaría volviendo loca. Ya hemos fallado con los otros ocho especimenes.”

-“Bueno, el nueve es mi número de la suerte”


Castillo de Larcs. Du’Lucart, Capital de Lucrecio. 6 Meses después.

Lucanor Giovanni caminaba hacia la entrada del castillo, Daaku, su mascota, una pantera negra de gran envergadura, caminaba apenas unos pasos detrás de el. Cuando alcanzó la entrada pudo ver al mayordomo, uno de sus cuervos como la mayor parte del personal del castillo, le esperaba junto a dos jóvenes que se encontraban visiblemente nerviosos.

-“El Príncipe Lucanor Giovanni Frey les recibirá ahora”- Con esta palabras el mayor domo se rió y dejo a los tres hombres y la pantera solos. Los dos jóvenes miraron a la pantera y apunto estuvieron de echar a correr.

-“No se preocupen es inofensiva… para ustedes”- Ambos creyeron captar una leve sonrisa en Lucanor para luego darse cuenta que el rictus neutral de su cara no había cambiado en absoluto. –“Imagino que saben para que han sido traídos aquí. Dos de mis mejores científicos sufrieron un… accidente, mientras investigaban en su último proyecto y necesito sustituirlos y según tengo entendido las suyas son las mentes mas prometedoras de mi Universidad. Ahora, síganme, les enseñaré el ala donde van a trabajar.”- A los chicos les pareció haber notado cierto énfasis en la palabra “mi” al referirse a la universidad, aunque no estaban muy seguros, parecía que el tono de voz de Lucanor no había cambiado para nada a lo largo de toda la conversación.


Taberna Río de Espuma. Deimos, Frontera entre Gabriel y Phaion Eien Seimon.


La taberna estaba tenuemente Iluminada por algunas lámparas y una chimenea que crepitaba al fondo, creando decenas de lugares oscuros, los más requeridos del local. El Río de Espuma era conocido a partes iguales por la calidad de su cerveza como por la calidad de sus peleas. Cada día, regularmente durante años, se formaban varias trifulcas en las que participaba todo el mundo, bien como contendientes, bien como apostadores y aquel día no era para nada distinto, dos tipos luchaban cerca de la barra y la gente gritaba enardecida:

-“20 monedas por Johnny!!”-

-“50 a matarratas!!”

-“Otras cincuenta a Jhonny Matarratas!!”

La gente parecía muy segura de a quien apostaba y el tanteo estaba 10 a 1 a favor de un combatiente vestido con un ligero traje negro, ajustado por un fajín naranja. Cuando las apuestas estaban a punto de cerrarse alguien alzó su voz entre la multitud:

-“100 monedas por Shasham”- Aquel hombre, que tapaba su rostro con un elegante sombrero de ala ancha era el único que había apostado por el Kushistaní de dos metros de altura que se enfrentaba al “pequeño” Jhonny Matarratas. Todo el mundo comenzó a reírse y rápidamente aceptaron la apuesta.

El Kushistaní comenzó a atacar pero Jhonny parecía esquivar sin demasiados problemas y el combate entro en una singular monotonía, Jhonny esquivaba un par de ataque y contraatacaba con una patada o un puñetazo rápidos y aunque el Kushistaní parecía no inmutarse Jhonny notó como iba mellando su resistencia. El público arengaba a Jhonny que se crecía por momentos.

El combate prosiguió algunos minutos mas y el cansancio por los golpes comenzaba a ser visible en el enorme Kushistaní, en ese momento y de forma casi imperceptible el hombre del sombrero de ala ancha hizo un leve gesto al tipo que se encontraba detrás de el mientras con la otra mano le deslizaba una bolsa llena de monedas. Aquel hombre se puso en pie, vestía una larga gabardina de cuero marrón, unos pantalones ceñidos y unas botas altas. Llevaba el torso al descubierto mostrando unos trabajados abdominales. Su pelo era corto y de un color pardo, casi negro a juego con la arreglada perilla que llevaba. Caminó hasta la puerta y justo antes de cruzarla metió su mano en el bolsillo y miró a Johnny un momento.

La puerta se cerró con el grito de asombro de la gente. El kushistaní había impactado de lleno a Jhonny en el rostro y este cayó inconsciente al suelo. La gente suspiró decepcionada. Los que habían perdido el sueldo de la semana se marcharon a casa, los demás pidieron otra ronda mientras soltaban improperios contra el luchador caído y miraban al tipo del sombrero mientras se marchaba con el dinero de todos.

Cuando Jhonny recuperó la conciencia estaba tirado sobre un montón de basura y algunas ratas correteaban a su alrededor… eso lo traía recuerdos. Intentó ponerse en pie y se encontró una mano tendida, alzó la vista, ante el estaba aquel tipo de la gabardina que recordaba haber visto en la taberna, fuma un cigarrillo y sonreía mientras lo levantaba.

-“Colega, estás hecho un asco, permíteme que te invite a una cerveza… y a un baño, tengo algo que proponerte.”-

Jhonny que no sabía rechazar una invitación semejante asintió y siguió a su recién adquirido compañero de andanzas.

Posada La Gacela Parda, Deimos. Unas horas después.

Jhonny se sentía extraño enfundado en aquellas ropas nuevas. Mantenía su fajín naranja en la cintura, algo de lo que nunca se desprendía, pero ahora lucía limpio, habiendo recuperado su color. Aquellos ropajes que le había facilitado aquel tipo del que ni siquiera sabía el nombre eran de calidad, cómodos y prácticos, aparte se había dado un buen baño de agua caliente, algo que no sucedía en meses, quizá años e iba a dormir en una cama de plumas mullidas, algo que no había sucedido nunca. La noche pintaba bastante bien.

Cuando descendió del piso superior aquel tipo estaba sentado en una mesa reservada en una esquina, tenía una pinta en la mano y fumaba un cigarrillo, cuando lo vio bajar le hizo un gesto con la mano y Jhonny caminó hacia el. Cuando llegó a la mesa se sentó a su lado, el tipo hizo un gesto con la mano y una camarera de voluptuosas formas le sirvió una pinta de cerveza.

-“2 raciones del estofado de ciervo, preciosa”- Dijo el tipo a la chica que asintió con una sonrisa y se marcho dejándolos nuevamente en la intimidad de aquella mesa.

-“Creo que en primer lugar debería presentarme, soy Eric Vargas, encantado.”- Vargas le tendió la mano y Jhonny la estrechó dubitativo:

-“Jhonny… Jhonny Matarratas.”- Vargas soltó una carcajada y después dio una larga calada al cigarrillo expulsando el humo entre risas.

La conversación giró en torno a trivialidades hasta que por fin Vargas cambió su sonrisa por un gesto serio:

-“En fin, vayamos al grano. He visto tus habilidades en combate, eres bueno y creo que podríamos hacer un gran equipo. Ahora mismo me han encargado eliminar a un grupo de bandidos que actúa en el bosque colindante. Pensé que serían 6 y que podría hacerlo solo, pero al final son 10 y muy probablemente escapa a mis posibilidades. Ahí es donde entras tu… estoy dispuesto a darte un 40 por ciento de la recompensa si me echas una manos, y no hablamos de cualquier suma, son 30 monedas de oro.”-

-Treinta monedas de oro… es mas de todo el dinero que ha pasado por mis manos a lo largo de mi vida…”- Pensó Johnny que no tardó mas de cinco segundos en contestar:

-“Acepto, cuando empezamos?”- Johnny sonreía de oreja a oreja.

-“En cuanto venga ese asado…”- Vargas sonrió y se encendió otro cigarrillo.

Zona Boscosa a varias jornadas de Deimos, Deimos. Frontera entre Gabriel y Phaion Eien Seimon.


-“Estas seguro de que aquí hay ladrones todo parece muy…”- Johnny calló de golpe al ver varias ballestas apuntándole. –“Parece ser que si…”- Tragó saliva, si no había contado mal había al menos cinco ballestas. Vargas, a su lado, fumaba tranquilamente.

-“Parece que les hemos encontrado, tienes cinco delante, cuatro a los lados y otros dos detrás. Son 11, parece que me equivoqué, crees que podrás con uno mas?”- Vargas sonreía mientras pronunciaba estas palabras y estudiaba la situación de sus rivales.

-“Jhony, espero que estés preparado para un viajecito que nunca olvidarás.”- Vargas hizo un gesto con su mano y las cuerdas de todas las ballestas se rompieron. Ambos no tardaron ni un suspiro en reaccionar, Jhonny utilizó sus puños para abatir a dos de sus contrincantes, por su parte Vargas eliminó a otro con una espada de energía que había aparecido en su mano.

El combate prosiguió con Vargas y Johnny aprovechando el tiempo que sus rivales empleaban en desenvainar y reponerse del sobresalto para acabar con dos más. Quedaban seis, Jhony lanzó una potente patada al primero de ellos y empleo su Ki para acabar con el segundo al grito de “Dragón de Fuego”. Por su parte Vargas utilizó sus dotes psíquicas para lanzar varios estiletes y acabar con los tres restantes en una sola maniobra, ambos se miraron y sonrieron, hacían buen equipo.

Mientras recuperaban el aliento Johnny se dio cuenta de que su alrededor había cambiado notablemente. Los árboles parecían retorcerse y todo estaba más oscuro, a parte una media neblina impedía ver más lejos de dos palmos. Antes de que Jhonny preguntara Vargas habló.

-“Bienvenido a la Vigilia, Johnny.”- Vargas se encendió otro cigarro y aspiro hondo el humo que le reconfortó. –“Ahora tenemos que encontrar la forma de salir de aquí. A veces lo desencadena un suceso, otras hay que llegar a algún lugar… tenemos que averiguarlo, lo que no hay que hacer es quedarse parado, así que movámonos. Si salimos de está te prometo que te explicaré como ha pasado todo esto.”- Para Johnny la explicación fue mas que suficiente y ambos se pusieron a caminar.

Parecía que andaban en círculos, en todo momento tenían la sensación de que ya habían recorrido aquellos lugares antes, sin embargo estaban seguros de que avanzaban en línea recta. Mientras que Johnny se ponía mas nervioso por momentos, Vargas mantenía la compostura, conocía a la Vigilia, era caprichosa pero siempre acaba mostrando la salida de alguna forma, al fin y al cabo eran intrusos, estaban fuera de lugar, rompiendo el equilibrio de aquel sitio. Entonces se oyó un leve lamento, un ligero sollozo que venía de algún lugar cercano.

-“Ahí está nuestra salida, la Vigilia siempre te muestra la salida, solo hay que seguir sus señales.”- Johnny miró a Vargas como si se tratará de un loco y seguramente no estuviera muy equivocado. Ambos caminaron veloces hacia el origen de aquel lamento y se sorprendieron al encontrar a una niña pequeña acurrucada entre las raíces de un árbol, estaba empapada y muerta de frío, su larga melena rubia que debía llegarle casi a las rodillas estaba calada y revuelta. Cuando alzo la vista ambos se quedaron paralizados por aquella mirada, por aquella mirada inocente que le lanzaban los ojos mas extraños que jamás habían visto, el izquierdo verde, el derecho, azul.

-“Estas bien, pequeña?”- Vargas acercó su mano para retirarla instantes después con un buen mordisco en ella. –“Será…-“. Johnny hizo un gesto para callar a Vargas y se acercó poco a poco a la niña.

-“Hola, me llamo Johnny y este de aquí es Erik, no queremos hacerte ningún daño, solo ayudarte a salir de aquí. Entiendes mi idioma?”- La niña parecía comprender a la perfección las palabras de Johnny pero no contestó, este, confiado ante la reacción de la niña le volvió a tender la mano. La niña tendió la suya y la retiró rápidamente al primer contacto, al ver que Johnny la sonreía y no se había movido ni un ápice volvió a intentarlo, esta vez asiendo la mano de Johnny con fuerza. Este la trajo hacia sí y la arropó con la parte de arriba de su uniforme de combate.

-“Bien, y ahora que tenemos a la cría que demonios se supone que tenemos que hacer.”- Vargas miraba en todas direcciones buscando una pista, algo que le ayudará a sacar a el y a sus dos nuevos compañeros de aquel lugar que no era el suyo y en ese momento la pista llegó cuando un cote apareció de la nada en el hombro de Vargas y este calló de rodillas gritando.

La niña se asustó y se agarró con fuerza al cuerpo de Johnny que buscaba con todo su empeño la fuente de aquel ataque. Miraba en todas direcciones, agudizando al máximo sus sentidos. Y entonces la oyó, una risa que se escuchaba entre los árboles pero que fue incapaz de ubicar.

-“Vaya, con lo difícil que ha sido localizar a esa maldita niñata y resulta que alguien ha sido capaz de encontrarla antes que yo. Admirable, si, admirable.-“ Aquel tipo volvió a reírse, Jhonny se percató de que se movía a gran velocidad entre las ramas de los árboles, aunque siempre se daba cuenta de su presencia unos segundos después de que hubiera abandonado el sitio donde Johnny miraba. Entre tanto Vargas se puso en pie.

-“No sabes a quien has ido a cortar maldito estúpido, te haré picadillo antes de que puedas decir perdón para salvar tu insulsa vida.”- Vargas hizo un gesto con sus manso y de dos cinturones cruzados que llevaba al pecho comenzaron a salir estiletes que flotaban en el aire, con otro gesto los lanzó en múltiples direcciones. Un grito le indicó que había acertado.

-“Malditos estúpidos, había pensado dejaros ir si me dabais a la niña conformándome con haberos amputado un brazo o dos. Pero no, no podíais aceptar la suerte que teníais. Me provocáis, me insultáis, tratáis de humillarme, me obligáis a mataros, si, me obligáis.”- El viento pareció moverse y en el cuerpo de Vargas aparecieron cuatro cortes que sangraron profusamente, dos en los hombros y dos en el pecho, Vargas alzó la vista mientras caía de rodillas al suelo, herido de muerte.

-“Al final me abandonó la suerte.”- Dijo mientras caía definitivamente al suelo, inconsciente.

-“Ahora es tu turno, mestizo, si, es tu turno.”- La voz hablaba entre risotadas que ponían más nervioso a Johnny. Este dejó a la niña acurrucada en el árbol donde la encontraron y se puso delante de ella protegiéndola.

-“Estáis dispuestos a morir por una estúpida cría, que honorable, si, que honorable. Si es eso lo que queréis… MORID!!!!!”- Johnny pudo sentir la ráfaga de viento venir hacia el pero no pudo evitar los golpes, tres cortes se abrieron profundamente en su cuerpo, haciéndolo sangrar. Cayó de rodillas, la vista se le nublaba, las fuerzas le abandonaban, sintió frío, un frío que entraba por los pies y se agarraba fuerte a su propia alma, ese frío arrancaba con rabia su vida, se lo llevaba.

En ese momento pudo ver a su atacante, como se acercaba a la niña. Llevaba dos extrañas armas en cada mano, parecidos a unos chakran, llevaba la cara tapada completamente por unas vendas negras y solo se podían ver sus ojos, sus negros y oscuros ojos, Johnny se prometió a si mismo que no olvidaría esa mirada.

El tipo se acercó a la niña mientras Johnny no podía alejar la vista de el, impotente, inmóvil, miraba como aquel bastardo se acercaba a aquella niña indefensa.

-“Tengo que devolverte viva, si, viva. Pero no me han dicho que no pueda jugar un poco contigo antes, que no pueda divertirme… no creo que les importe si te faltan un par de dedos, si, no creo que les importe.”- La retahíla de aquel tipo fue detenida cuando un fuerte puño impactó de lleno en su rostro lanzándolo un par de metros por el suelo.

-“Márchate, niña, corre, ahora… huye de aquí… arghhh!!!”- Aquel hercúleo esfuerzo había abierto aun más las heridas de Johnny que dejaba un enorme reguero de sangre a su paso. Se mantenía en pie mas por fuerza de voluntad que por su propia fuerza, protegiendo a la niña.

-“Te mataré maldito, te mataré!!!!”- El misterioso hombre gritaba enloquecido mientras se levantaba dispuesto a cargar contra el moribundo tao. Cargó su puño echándolo hacia atrás y sonriente se lanzó contra Johnny que cerró los ojos y se abandonó a una muerte segura mientras pensaba que al menos había podido ganar algo de tiempo para que aquella niña se salvara. Pero la muerte no llegó, abrió los ojos y vio un dorado pelo que ondeaba ante el. La niña con una cara de determinación que no tenía nada que ver con la de miedo que presentaba anteriormente había detenido el golpe con un pequeño revolver plateado. El tipo la miró sorprendido y sus ojos se cruzaron a tiempo de ver como los ojos de la niña se tornaban completamente negros. En ese momento un aura de tremenda energía rodeó a la niña haciendo caer a Johnny de espaldas y obligando al asaltante a recular, las piedras se movieron hasta que el flujo de energía se detuvo. La niña que ante la acumulación de energía flotaba en el aire cayó con suavidad en el suelo apoyando en primer lugar las puntas de sus pies y luego el talón.

El asaltante la miró sorprendido y lanzó un nuevo para llevarse la sorpresa de que la niña ya no ocupaba el lugar donde el hendía su arma. Una patada que lo lanzó varios metros en el aire lo sacó de su ensimismamiento, mientras intentaba recuperar el equilibrio el en aire un impacto con el talón lo lanzó a gran velocidad contra el suelo levantando una nube de polvo enorme cuando impactó contra el.

El tipo se levantó de entre la nube de polvo, su cuerpo estaba lleno de magulladuras y arañazos y de su boca se escapaba un hilillo de sangre. Miró en todas partes buscando a su objetivo pero no lo encontraba. Se escuchó un disparo y un dolor enorme le taladró el hombro. Se escuchó otro, otro mas, así hasta 12, el tipo no caía pese a estar llenó de agujeros de bala que sangraban con profusión.

-“Necesitas mas para tumbarme maldita cría. 12 disparos de bala y ni uno en la cabeza. Estas muerta, me oyes, estas muerta”- Aquel tipo apenas podía moverse cuando la niña apareció frente a el y con un gesto abrió los tambores de los revólveres. De su interior cayeron 12 casquillos que se deshicieron en energía según caían mientras los tambores aparecían repletos de balas nuevamente y con un gesto de su mano los cerró. Alzó las manos y apuntó al tipo. Se oyeron 12 tiros más, esta vez, 12 en la cabeza.

Zona Boscosa a varias jornadas de Deimos, Deimos. Frontera entre Gabriel y Phaion Eien Seimon. Varias horas después.

Vargas abrió los ojos y se encontró con que el sol le daba de lleno en ellos. Los entrecerró… estaba vivo. Se levantó y se miró, sus ropas tenían las marcas de los cortes sin embargo el no mostraba ni un rasguño. Johnny seguía inconsciente pero estaba en el mismos estado que el… ni un rasguño. Aquella niña yacía a su lado inconsciente. No entendía como pero su suerte parecía que volvía a sonreirle, se acerco a Johnny y lo despertó con unas leves palmadas. Abrió los ojos y apunto estuvo de golpear a Vargas hasta que se dió cuenta de la situación, se acerco a la niña y comprobó que seguía viva.

-"Erik, nos ha salvado. Esta niña nos ha salvado... acabo con aquel tipo... ella sola."- Vargas se encendió un cigarrillo.

-Vamos, se de alguien que puede ayudarla."- Dicho esto se giró y comenzó a caminar alejandose del bosque hacia unas colinas cercanas.

Colinas cercanas a Deimos, Deimos. Frontera entre Gabriel y Phaion Eien Seimon. 2 dias despues.


Los dos lucían cansados, dos días andando acababan con caulquiera. A lo lejos por fin vieron una pequeña casa de madera.

-"Anciano!!! Anciano!!! Soy yo, Erik, donde estas? Tengo una urgencia!"- Vargas gritaba con sus últimas fuerzas y vio resueltos sus anhelos cuando un anciano salió por la puerta de la casa. Tenía una larga y poblada barba totalmente blanca y un pelo fuerte y largo que cais sobre sus hombros.

Para sorpresa de Johnny el viejo se movió con mas soltura de la que esperaba y sin que apenas se diera cuenta le quitó a la niña de entre los brazos y la subió lo que quedaba hasta la casa. Mando a ambos a descansar diciendo que se encargaría de todo.

Ambos cayeron rendidos mientras el anciano se quedó encargandose de la niña.
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Varias horas despues ambos despertaron, el anciano había dejado a la niña durmiendo en un sillón y trabajaba en una mesa de alquimia. Los dos esperaron en silencio a que el anciano terminara su trabajo.

Cuando terminó se acercó a ambos con una caja que contenía 12 ampollas de un líquido amarillo.

-"No se exactamente que le sucede a esta niña, en su sangre hay un componente que jamás antes había visto en mi vida. Un líquido negro, y su cuerpo parece depender de el, aunque tambien le da unas carácterísticas únicas, además se le ha manipulado mas allá, tine un cristal psíquico y uno mágico que le permiten usar ambos poderes y ella misma es usuaria del Ki, esta niña puede llegar a convertirse en un mosntruo si llega a depender demasiado de ese líquido. Estas ampollas paliaran los efectos pero no los detendrán, debe tomar una al mes contando a patir de hoy, hay 24, si cuando se acaben necesitais mas podeis venir a por ellas, es todo lo que puedo hacer."-

Ambos escucharon atentamente al anciano y mirandose, en silencio, se hicieron una promesa ese día, velarían por aquella niña que les había salvado la vida, se lo merecía.

Capitulo 2: Diez Espadas

Landhoff, Goldar.

El anciano curandero de la Aldea descansaba calentando sus piernas junto a la chimenea de la pequeña cabaña en la que había residido todos estos años. Fumaba de una pipa de tosca talla pero eficiente quema mientras se mesaba la larga barba blanca. Su nieto cumplía hoy 16 años y debía empezar su viaje de madurez en breve, que le llevaría largos años hasta que volviera a la aldea, a ocupar su puesto… puesto que debería estar ocupando su hijo de no haber muerto deshonrado varios años atrás.

El anciano decidió ponerse en pie, resuelto, pese a que se levantó sin gran dificultad no pudo evitar dejar escapar un leve quejido en el movimiento, Los años no pasaban en balde. Caminó hacia la puerta, la abrió y hasta sus oídos llegó el rítmico sonido del hacha al cortar la leña seca, su nieto, abrigado por la piel de un oso convertido en capa golpeaba los troncos con un hacha dividiéndolos en cada golpe.

-“Anvir, ven aquí.”- Hizo un gesto a su nieto que deteniendo el trabajo alzó la mirada. Al Entender el gesto, colocó la leña que ya había cortado, la cubrió con unas pieles bajo el cobertizo y se dirigió hacia la cabaña.

-“Ocurre algo abuelo?”- Preguntó nada mas cruzar la puerta y cerrarla tras de sí, para dejar el frió invernal del otro lado.

-“Siéntate, hijo mío, tenemos que hablar.”- El anciano se puso serio y miró directamente a los azules ojos de Anvir, que al sentarse retiró la parte de la cabeza del oso de su capa, que hacía las veces de capucha. –“Hoy cumples 16 años, ya eres casi un hombre, has aprendido todo lo que yo podía enseñarte y has llegado mas allá.”-

-“Abuelo, tu todavía tienes mucho que enseñarme…”- El anciano paró a Anvir con un gesto.

-“No me interrumpas, jovencito. Como he dicho yo ya no tengo nada que enseñarte, ha llegado el momento en que partas de Landhoff en busca de ti mismo y vuelvas convertido en un hombre de verdad. Para ello te voy a encargar una tarea.”- El anciano se levantó y abrió un pequeño cofre que descansaba junto a la chimenea, cogió un bolsa que sonó con un ruido metálico y unos papeles y entregándole en primer lugar el papel dijo: -“Este es un mapa de Gaia, la tierra donde todos vivimos, tierras mas allá de Goldar, mas allá de Los Yermos Gélidos. Tierras que tu has de conocer por el bien de todos nosotros, pues el mundo está cambiando por mucho que Goldar no quiera cambiar con el.”- El anciano hizo una pausa y le entregó la bolsa.- “En esta bolsa hay oro que he ido guardando durante estos 16 años para tu viaje, pero no lo desperdicies, resérvalo para cuando no tengas otro remedio y vive de lo que sabes hacer, con orgullo y determinación.” – Anvir aceptó la bolsa y miró a su abuelo sorprendido mientras se dirigía a un armario que jamás había visto abierto en todos estos años y sobre el que jamás le dejaron preguntar. Su abuelo cogió una llave que llevaba colgada en su pecho y lo abrió. De dentro tomó un extraño hacha, de la envergadura de un escudo y que se podía asir como tal, es mas, de no ser por que estaba afilada, hubiera pasado como tal. Ceremonialmente y en silencio se la tendió a su nieto con las dos manos extendidas: -“Este es el arma de la Clan Chieftain, legada de padres a hijos generación, tras generación. Devuélvela el honor que le arrebató tu padre.”- Anvir miró a su abuelo a los ojos mientras el orgullo invadía todo su cuerpo.
-“No te fallaré abuelo. Volveré convertido en un hombre y seré el orgullo del Clan. Partiré ahora mismo.”-
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El anciano patriarca del Clan Chieftain miraba lleno de esperanza como el último descendiente de los suyos partía en busca de la sabiduría y la experiencia que debían convertirlo en el heredero del clan. Con el arma de la familia a su espalda, el arco y las flechas y la capa de oso le recordaba a los grandes guerreros del pasado, al fin y al cabo el estaba destinado a convertirse en el gran guerrero del futuro. Quizá debería haberle dicho antes de marcharse que su padre no fue un paria y un deshonrado, si no que ya salvó al mundo dando su vida en otro tiempo.
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2 Años después. Pernov, Dalaborn.

El viaje de Anvir había sido productivo, había decidido guardar un recuerdo de cada uno de los pueblos y ciudades que había visitado en su devenir. Ya había recorrido todas las tierras del Noreste y ahora se dirigía hacia la capital del imperio, Arkangel. Había recorrido parte de Goldar en el camino a la capital y ahora estaba, según su mapa, en Dalaborn. Llevaba ya casi tres días sin comer algo mas que pan sin levadura y cecina seca axial que decidió internarse en el bosque a cazar. Caminó unos pasos y pronto vio una posible presa, una liebre bastante grande que descansaba a la sombra de un cedro. Cuando se dispuso a disparar algo asustó a su presa, reaccionando rápidamente Anvir se giró y apunto a la fuente de la perturbación.

Cuatro hombres apuntaban con sendas ballestas a Anvir y dos mas se acercan con lanzas, apuntadas hacia el para mantener la distancia. Al ver su uniforme Anvir dedujo que debía de tratarse de la guardia de la ciudad cercana, Pernov, si no recordaba mal, axial que decidió arrojar el arco y las flechas al suelo.

-“No se mueva! Queda detenido en nombre de la duquesa Illylaya Knobel por crímenes contra Dalaborn.”- El que parecía ser el cabecilla de aquel grupo habló dirigiéndose a Anvir.

-“Pero… eso es imposible, es la primera vez que piso Dalaborn”- Anvir, totalmente confundido ante tales acusaciones trató de defenderse, entonces uno de los guardias, envalentonados ahora que estaba desarmado le increpó:

-“Todos los “salvajes” sois iguales… merecéis morir todos”- Anvir, viendo herido su orgullo dio un paso hacia delante solo para verse detenido por las puntas de las lanzas sobre su pecho. Justo en el momento que fue a hablar una suave voz femenina le interrumpió:

-“Salvajes dices, aquí los únicos salvajes sois vosotros, increpando y amenazando con vuestras armas a un hombre inocente contra el que no tenéis ninguna prueba”- Todos los soldados se quedaron paralizados un momento, hasta que el capitán habló:

-“Quien anda ahí? Muéstrate!!”- El capitán increpó a la persona que hablaba desde la maleza. En ese preciso instante una bella muchacha de piel pálida y un largo pelo negro liso salió de entre los matorrales. El flequillo le cubría el rostro, vestía una capa entre marrón y verde y bajo esta una cota de cuero perfectamente ajustada, manchada y vieja, pero de calidad. En su espalda, en una discreta vaina marrón descansaba una espada que tenía una empuñadura de gran manufactura, de tonos azulados. El capitán pareció quedarse helado ante la visión de aquella persona:

-“Señorita Never… esto… es que el es un sospechoso… usted sabe mejor que nadie como están las cosas, no podemos permitirnos errores…”- El capitán parecía bastante nervioso ante la situación.

-“Entonces yo directamente responderé por el.”- La joven respondió con decisión y determinación.

-“Pero es que…”- El capitán intentó rebatir a la joven pero está lo cortó en seco.

-“Es que dudáis de mi palabra?”- Clavó su mirada en el capitán y este, sin responder nada miró a sus hombres y dijo:

-“Está bien, dejadlo ir, sigamos con la ronda.”-

El grupo de soldados se marcho y Anvir recogió su arco del suelo, a continuación miró a la recién llegada, aunque trataba de ocultarlo se veía que era solo una niña.

-“Gracias.”- Añadió sincera, pero secamente Anvir.

-“Tendrás que disculparlos, corren tiempos difíciles por aquí, un clan de Goldar está lanzando continuos ataques, utilizando enormes bestias para ello y todo el mundo está muy nervioso.”- Anna hablaba mostrando una bellísima sonrisa de oreja a oreja, aunque su mirada era triste por la situación.

-“Lo entiendo perfectamente, yo hubiera hecho lo mismo en su lugar. Por cierto, no me he presentado, mi nombre es Anvir Chieftain, encantado”.- Anna trató de disimular la sorpresa que le provocó que aquel goldariano fuera tan educado.

-“Anna Never, un placer.”- Anna estrechó la enorme mano que le tendía aquel hombre.- “Dado que la guardia ha espantado tu cena, que te parece si te invito a cenar?.”- Anvir dudó un segundo y luego asintió:

-“Normalmente rechazaría la invitación, pero me muero por algo caliente”- Se ajustó su arco al hombro y siguió a la chica camino a Pernov.
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La taberna era de bastante calidad, muy limpia y ordenada. De los mejores sitios en los que había estado Anvir en estos últimos 2 años de viaje. La joven pidió agua fría para ella y cerveza para él, y unas raciones de carne asada y caldo. Ambos comieron en silencio, sin saber muy bien de que hablar hasta que Anvir rompió el silencio:

-“Sabéis que clan está realizando esos ataques?”- Dijo dejando de comer temporalmente. Anna lo miró fijamente y respondió.
-“No, no conocemos muy bien los clanes de Goldar, solo sabemos que son salvajes y utilizan bestias de todo tipo para causar el terror.”- Anna hablaba para después dar un leve sorbo al vaso de agua.

-“Skulling… me lo imaginaba. Son los únicos que utilizarían esos métodos. Son sanguinarios y crueles, nada que ver con mi pueblo, ahora entiendo por que los guardias estaban tan nerviosos.”- Anvir hizo una pausa y tragó saliva. –“Los Skulling tienen muchos hombres, si quisieran podían arrasar esta ciudad.

-“Seguramente, pero parece ser que es un pequeño grupo, de no mas de 100 hombres, yo sospecho que alguien le está suministrando armas y equipo y están utilizando Pernov como campo de pruebas, pienso ir a averiguarlo”-

-“Tu sola? Estás loca, morirás.”- Dijo Anvir sorprendido.

-“No me subestimes, soy fuerte.”- Dijo Anna con una pose, pretendiendo parecer orgullosa.

Anvir sonrió: -“No pongo tu fuerza en duda. Pero en el clan Skulling se entrena a los hombres para la guerra, desde que nacen. Y son 100 de ellos, no creo que puedas con todos. Pero… si estás decidida a ir, iré contigo.”

Anna miró entre sorprendida y agradecida al Bárbaro: -“Supongo que no servirá de nada si te digo que no vengas, verdad?”- Anvir se limitó a responder con una sonrisa.
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Campamento Skulling. Frontera entre Goldar y Dalaborn, a pocos kilómetros de Pernov.

Las llamas de varias pequeñas fogatas lamían las paredes rocosas de la falda de las montañas. Proyectando alargadas sombras que hacían, si cabía más tenue el lugar. Como si fueran vivos acompañantes de los miembros del clan Skulling las sombras parecían haber acampado con ellos, oscureciendo más si cave la zona.

4 hombres vigilaban una jaula improvisada con fuertes barrotes de madera, donde un apaleado bárbaro yacía en el suelo. Se estremeció un segundo y abrió sus amoratados ojos a tiempo de ver como el cabecilla de esa sección del clan se acercaba a el.

-“Vaya, parece que Thorleif, el traidor, ha despertado por fin”- Dijo el jefe, sonriendo, su pulcramente afeitada cabeza contrastaba con su sonrisa a la que faltaban varias piezas convirtiendo aquella expresión amenazante en algo cómico.
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Anna y Anvir estaban ocultos tras unas rocas, desde donde se encontraban podían ver perfectamente el campamento Skulling. A diferencia de lo que esperaban encontrar todos los hombres del campamento estaban despiertos y formaban un circulo en un llano cercano. Dos de ellos llevaban a un hombre encadenado, ataviado con poco más que un taparrabos al centro de ese círculo. Lo arrojaron con violencia dentro de el y el que parecía ser el jefe caminó hacia el reo y parece que le dijo algo. A un gesto del jefe algunos de sus hombres acercaron nueve jaulas que temblaban con el movimiento y los rugidos que salían de su interior.

-“Van a matarle… tenemos que ayudarle”- Anna trató de salir corriendo hacia el campamento pero la mano de Anvir la detuvo.

-“No podemos”- Anvir habló seriamente, sin apartar la vista del campamentos y con el puño derecho fuertemente apretado, casi cortándose la circulación por completo.

-“Pero van a matarle…”- Anna intentó convencer a Anvir para intervenir, este se giró y la miró a los ojos:

-“Para nuestro pueblo hay dos tipos de batallas, las que se luchan para conservar la vida y las que se luchan para conservar el honor. Si intervenimos quizá viva, pero habrá perdido esta batalla, y perder el honor es mucho peor que la muerte.”- Anna pareció comprender y frustrada se mantuvo al margen contemplando el combate en la distancia.
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Thorleif vio como traían las jaulas. Había oído los rumores sobre que el Clan Skulling usaba bestias en lugar de hombres para el ritual de las 10 espadas, soltándolas de una en una contra el condenado, pero ahí había solo nueve jaulas. Parpadeó un momento y entonces lo comprendió. Ante el se alzaba un hombre enorme incluso para ser bárbaro que portaba un hacha que una persona normal no podría levantar ni con todas sus fuerzas… y el la llevaba con una sola mano. A una señal del jefe la condena dio comienzo.

-“Ahora podré matarte sin problemas, ni siquiera tendrás que enfrentarte a las bestias… deberías darme las…”- Aquel gigante fue interrumpido bruscamente cuando la frente de Thorleif impactó de lleno en la suya. Se le quedaron los ojos en blanco y el tipo calló inconsciente. Thorleif le arrebató el hacha, la empuñó y manejándola con una sola mano separó la cabeza del cuerpo de aquel tipo en un solo movimiento. A continuación asiento el arma por la parte de arriba apoyó la base del mango en el suelo. Los demás miembros del Clan Skulling retrocedieron en posición de guardia, esperando el ataque de Thorleif.

-“Faltan nueve…”- Thorleif habló, la rabia bullía en sus ojos… iba a demostrar a todos aquellos que allí los únicos culpables eran ellos… después los mataría.
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Thorleif se apoyaba en su hacha para no caer al suelo, una docena de cortes surcaban su pecho y brazos, tenía varios músculos desgarrados, a su alrededor yacían los cuerpos de 9 bestias enormes, como versiones crecidas de sus homónimos normales, desde un oso hasta un tigre blanco.

El jefe del clan Skulling había cambiado su estúpida y mellada sonrisa por una expresión de asombro que fue creciendo cada vez que Thorleif se negaba a morir eliminando a una mas de sus bestias. Sus hombres, temerosos se alejaban de aquel demonio que había conseguido algo impensable. El jefe del clan Skulling ordenó a sus hombres que eliminaran al reo, pero ninguno parecía atreverse, paralizados por el miedo, hasta que un grito los sacó de su ensimismamiento: -“¡¡¡¡¡AHORA!!!!!”-
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El terreno estaba cubierto de sangre, reinaba un gran silencio que solo rompía el tartamudeo de terror del jefe mientras suplicaba por su vida. El último hombre del clan Skulling, el líder, no solo había perdido su honor al no respetar el ritual, si no que ahora suplicaba como un niño. Anvir cogió el hacha que Thorleif había usado durante el combate y se la tendió a este:

-“Todo tuyo, tienes el derecho”- Anvir dijo mientras se alejaba con Anna de aquel lugar.- “Te esperaremos tras aquella colina”.-
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Pernov, Dalaborn. Algunas horas después.

Illylaya Knobel ojeaba varios papeles en su despacho. Al parecer la ayuda que habían pedido a Arkangel iba a demorarse… una vez mas, con esta ya iban 4 peticiones “demoradas”. La preocupación era patente en sus ojos, si no recibían ayuda pronto Pernov acabaría cayendo en manos de aquellos salvajes, ya habían muerto muchos buenos hombres para defender la ciudad.

Unos golpes sobre su puerta sacaron a Illylaya de sus preocupaciones:

-“Estoy ocupada, volved mañana”- Dijo ella, se encontraba demasiado cansada como para seguir atendiendo sus responsabilidades a aquellas horas.

-“Es urgente, mi señora.”- El soldado del otro lado parecía emocionado, casi feliz, algo poco común entre sus hombres en aquellos tiempos difíciles.

-“Adelante, pasa. ¿Qué es tan urgente que no puede esperar a mañana?”- Dijo con tono cansado.

-“Los salvajes… han sido eliminados… por tres personas.”- El soldado hablaba entrecortado, emocionado.

-“¿Has bebido? Es imposible que tres hombres hayan derrotado a todos los salvajes.”-

-“Los encontramos exhaustos cerca de donde se encontraba el campamento de los salvajes, nuestros exploradores lo han comprobado, no queda uno vivo.”- El soldado estaba más exultante por momentos.

Illylaya sonrió sinceramente por primera vez en los últimos meses, se levanto de su asiento y ordenó a su soldado: -“Llévame ante ellos soldado”- El soldado asintió y ambos fueron casi a la carrera a la enfermería donde se encontraban sus tres héroes.
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Thorleif dormía en una cama, prácticamente sedado y cubierto de vendas. Sus heridas eran graves, pero su vida no corría peligro. Anvir y Anna mantenían una discusión sobre si era necesario haber matado a todos aquellos hombres cuando Illylaya y el soldado entraron en la sala.

-“Así que estos son los tres valientes que han librado a Pernov de la desgracia. Dalaborn y especialmente esta ciudad estará eternamente en deuda con vosotros”-

-“Solo hemos ganado tiempo, el clan Skulling es inmenso, tiene decenas de miles de hombres, y en esta avanzadilla no había mas de cien. Vendrán, vendrán mas y en mayor número, solo os hemos ganado tiempo para preparar las defensas o retiraros a un lugar mejor defendido.”- Anvir habló apesadumbrado por no poder servir de más ayuda a aquella gente.

-“No podemos marcharnos, casi nadie de esta ciudad querrá abandonar sus casas, abandonar los que han sido sus hogares durante generaciones. La mayoría prefieren morir aquí a tener que marcharse… si al menos llegara la ayuda de Arkangel…”- La alegría de la que gozaba Illylaya hacía tan solo unos segundos se había desvanecido por completo para dar paso a una profunda tristeza que acabaría por tornarse en desesperación.

-“Yo me dirijo hacia Arkangel, quizá podíamos llevar un mensaje que fuera mas urgente, además mi padre es un rico comerciante, quizá el pueda ayudar a dar peso a vuestra petición, haré que la envíe con el mensajero mas rápido.”- Anna se puso en pie mientras intentaba devolver el ánimo a Illylaya.
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Puerta Oeste de Pernov. Dalaborn. 3 días después.

Los ciudadanos de la Pernov se agolpaban en la puerta para despedir a sus héroes. Los tres saludaban tímidamente a la gente que agradecida les obsequiaba con lo que podían. Una vez en la puerta los tres se miraron.

-“Gracias por todo lo que habéis hecho por mi. Si en el futuro nuestros caminos se cruzan estaré orgulloso de poner mi martillo a vuestro servicio.”- Thorleif, que aun no se había recuperado por completo caminaba apoyado en una muleta fabricada con una enorme rama de roble.

-“Entonces vuelves a Goldar?”- Anvir preguntó a Thorleif mientras le miraba a los ojos. –“Es una pena, hubieras sido un gran compañero de viaje”- Anvir puso su mano en el hombro de Thorleif, este se giró mientras Anna y Anvir se despedían de el.

-“De verdad que no tienes por que venir conmigo.”- Anna hablaba a Anvir mientras caminaba dirección oeste.

-“Simplemente compartimos camino, yo estoy conociendo el “mundo” y mi camino ahora me lleva hacía las tierras del imperio. Además esta bien viajar con alguien”- Anna solo asintió a su nuevo compañero de viaje y ambos prosiguieron el camino.

Capitulo 1: El Almacen nº 11

Kaine, Capital de Togarini

Una fina lluvia mojaba las pavimentadas calles de Kaine, ciudad que, según algunos, era la única comparable a Arkangel, capital del Sacro Santo Imperio, tanto por su esplendor como por su avance tecnológico y social. Al menos eso parecía exteriormente. Bajo el régimen de Mathew Gaul la ciudad no gozaba de tola la libertad que debiera una metrópolis de tanta importancia.

Habitualmente las calles de Kaine solían estar concurridas por sus habitantes que caminaban con paso rápido en pos de terminar sus quehaceres, pero cuando caía la noche y mas en un día lluvioso como el de hoy era raro ver a la gente de bien por la calle. Solo quedaban mendigos, rateros y prostitutas o eso aparentaban ser.

A lo lejos, girando tras una esquina oscura se veía moverse con paso seguro pero atento a una figura encapuchada de negro que no mostraba su rostro y parecía no hacer ningún ruido al caminar. La lluvia parecía resbalar por el en lugar de chocar contra su capa y caminaba pegado a una pared, protegiendo un flanco.

El extraño siguió caminando unos cuantos metros ya, hasta llegar a la boca de un callejón sin salida, con un rápido y apenas perceptible movimiento miró en todas direcciones y entró al callejón donde esperaba un mendigo. Se acercó a el y susurró:

-"El objetivo ha sido eliminado y los planos enviados a la central"- Habló fríamente.

-"Muy bien chico, buen trabajo."- Respondió el mendigo con una profunda voz. -"Aquí están tus nuevas ordenes, algo sencillo para alguien de tu nivel, Django"- Se burló.

Para sorpresa del mendigo Django cogió el sobre sin que aquel pudiera darse cuenta y dejó a relucir un anillo que este llevaba en la mano por unas milésimas de segundo.

-"Informaré como siempre... por cierto deberías ocultar ese anillo o alguien podría descubrirte"- Dijo riéndose levemente Django.

-"Estando en Kaine que mas dará... nadie se atrevería a decir nada a un miembro de Les Jauger"- Contestó el otro.

-"Vincel será mejor que cierres esa bocaza tuya antes de que cometas un error. Y ambos sabemos comos e pagan los errores aquí.- Vincel comprendiendo lo que significaba aquello se calló y se ocultó en las sombras nuevamente mientras Django se marchaba, confundiéndose con la lluvia.
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La casa de Django se encontraba en una de las zonas periféricas de la ciudad. Era pequeña, apenas un baño, una pequeña cocina y una habitación con un pequeño catre. Cuando abrió la puerta esta no hizo ni un solo ruido, entro y volvió a cerrarla. La entrada que estaba en un nivel inferior a la parte habitable de la casa tenía un perchero donde Django colgó su capa, aun chorreante y quitándose las botas, las dejó a un lado y subió en absoluto silencio a la parte superior. Se acerco al escritorio, tomó un abrecartas del cajón y abrió aquel sobre cuyo sello ya conocía tan bien.

"Teniente Reindhard, enhorabuena por su último éxito y mis mas sinceras disculpas por solicitarle una nueva misión con tanta brevedad pero sus habilidades nos son, en este caso, mas que indispensables.

Su nueva misión consistirá en observar todo movimiento que realice Lord Stewart Imesfor y reportar semanalmente todo lo que haya averiguado. Sus órdenes se irán actualizando semanalmente en el momento de la entrega de su informe. Suerte y recuerde destruir estos documentos una vez memorizados

Aizen"


Django comprobó pacientemente los documentos que le habían adjuntado en el sobre, donde pudo encontrar el domicilio del objetivo, los lugares que solía frecuentar, familia, allegados, etc. Era bastante completo. Cuando terminó de memorizar los datos importantes arrojó los papeles al fuego bajo de una pequeña chimenea que daba calor a la habitación, los papeles se disolvieron enseguida, sin quedar ningún registro de ellos. A continuación buscó un mapa de la ciudad y comenzó a trazar sus planes para la investigación.
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Unos minutos antes de amanecer Django ya cruzaba el umbral de su puerta, que cerró con llave tras de si. Vestido como un rico noble se dirigió a la zona mas adinerada de la ciudad con paso firme y decidido y aunque sus pasos eran sigilosos los fue haciendo mas sonoros según se acercaba a su destino, metiéndose en el papel. Una vez estuve en los aledaños de la residencia de Lord Imesfor, una lujosa mansión con un gran jardín en la entrada, vallada en todo su contorno por fuertes rejas de acero unidas por una puerta de apertura clásica que tenía el escudo de su familia en cada parte del portón, un águila entre dos lanzas cruzadas.

Tras unos minutos de espera, tal y como esperaba, Lord Imesfor abandonó su mansión, de la mano, junto a el, caminaba una alta mujer de pelo rubio, recogido en una cola de caballo, de profundos ojos claros y amplia sonrisa de marfil. Django pudo reconocerla, era una chica de uno de los “clubes” más importantes de la ciudad. Lord Imesfor estaba viudo así que no era de extrañar este tipo de comportamiento. Ambos abandonaron la mansión hasta un elegante carruaje que les esperaba pacientemente en la puerta. A los pocos instantes de subir el conductor azuzó a los caballos que emprendieron la marcha, dirección a la zona industrial.

Django hubiera tenido serias dificultades para seguir al carruaje a pie de no ser por que conocía Kaine como la palma de su mano. Manteniéndose cercano a la trayectoria del carruaje utilizó callejones y atajos para poder mantener una distancia prudencial al carruaje sin perderlo de vista. Tras unos minutos de viaje el carruaje pareció alcanzar su destino, el almacén número 11. Dos fondos miembros del ejército de Kaine montaban guardia en la puerta, impertérritos. Ambos asintieron al paso de ambos, abrieron la puerta pequeña del almacén para cerrarla una vez ambos hubieron cruzado el umbral. Django se mantuvo a una distancia prudencial y vio como llegaban mas gente, algunas de las personas mas influyentes de Kaine se estaba reuniendo en aquel almacén. Se mantuvo a la espera y pocos minutos después llegó el último invitado. Django se quedó helado al ver abandonar a Mathew Gaul un sencillo carruaje y entrar también al almacén.
Django decidió mantenerse cerca del almacén y vigilar que sucediera en la zona. Según avanzaban las horas no podía menos que darle vueltas. Les Jauger trabajan directamente para Mathew Gaul usando al Juez Aizen como intermediario, si Gaul se estaba reuniendo con Imesfor… por que vigilarlo? Siguió dando vueltas a la situación durante 4 horas mas hasta que la puerta del almacén se abrió, de el salieron todos los integrantes de aquella extraña reunión. Mathew Gaul volvió a su carruaje y desapareció, y para su supresa la chica rubia y Lord Imesfor tomaron carruajes distintos. Tras pensarlo unos segundos Django decidió que lo mejor sería seguir a Lord Imesfor.

El carruaje llevó al orondo noble de vuelta a su mansión, a la que entró directamente sin hacer ningún movimiento sospechoso. Cuando las luces de la mansión se apagaron Django se dio por satisfecho y decidió marcharse… tenía que hacer una visita a alguien…
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-“Podrás encontrarla en el club, otra cosa es que acepte verte, esa muchacha no acepta a cualquiera…”- El desdentado mendigo se rió con un sonido burbujeante bastante desagradable que desembocó en una tos malsana. –“No sabía que tuvieras esos gustos tan especiales”- La mirada de Django fulminó al mendigo y dejando un par de piezas de plata este dio la conversación por terminada.
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El club, las Viandas Doradas, era en sí mas lujoso que muchas de las casas de clase media-alta de la ciudad, y no era para menos, la mayor parte de la nobleza dejaba gran parte de sus fortunas en el, ya fuera en forma de bebida, comida, espectáculos u… otras diversiones. Django hubiera tenido ciertas dificultades para entrar al local debido a su ropa de no ser por que el encargado de vigilar la puerta era uno de sus contactos. Una vez dentro caminó sigiloso, como siempre, hasta la barra. En su caminar memorizó como estaba dispuesto el local a la par que trazaba 4 rutas de escape distintas en caso de que las cosas pudieran complicarse. Cuando llegó a la barra se sentía mucho mas seguro ahora que tenía varias alternativas en su mano.

-“Me gustaría ver a la Señorita DuPont, si es posible”- Django hablaba con gran seguridad mirando al reacción del hombre bajo su capucha.

-“Ahora mismo se encuentra ocupada, quizá pueda hacerle un hueco para dentro de un par de años.”- El tabernero sonrió, divertido.

-“Creo que no me has entendido,”- añadió Django mientras dejaba un par de monedas de oro en la mesa con un movimiento que dejó ver las dos espadas cortas que colgaban de su cinturón. –“necesito verla ahora”- sus ojos se volvieron intensamente rojos un segundo para luego recuperar su habitual color negro.

El tabernero se dio cuenta de que la situación era bastante seria pues no se permiten armas dentro de las Viandas Doradas y dando un par de pasos hacia atrás habló, tartamudeando: -“Lo… lo siento, caballero. Pe…ro no está en mi mano llevarle hasta la señorita… yo…”- Una fina mano en el hombro del tabernero lo interrumpió al mismo tiempo que casi acabo con su existencia del susto. Una chica de baja estatura, tez pálido y pelo moreno había llegado tras el, proveniente de la parte de atrás del club, le susurró algo al oído y el tabernero pareció recuperar levemente la compostura.

-“La señorita DuPont ha dicho que lo recibirá en breve, que la espere en el reservado de allí.”- El tabernero señaló un pequeño reservado de forma circular que estaba compuesto de una mesa rodeado por un sillón, también circular, cubierto de seda roja, Unas cortinas opacas del mismo tono servían para aislarse del resto de la sala. A Django no le gustó mucho la idea pues al no poder ver lo que había fuera era vulnerable ahí dentro, pero tenía que correr el riesgo axial que añadiendo otra moneda a la “propina” del tabernero, que cogió gustoso el dinero, caminó hacia el reservado y se sentó esperando dentro. Uno de los guardias cerró la cortina cuando este entro dentro a esperar.

Django se llevó instintivamente las manos a las espadas cuando vio a la señorita DuPont sentada junto a el, es como si hubiera aparecido de la nada, no la había visto entrar, es mas, ni tan siquiera había oído un ruido. La joven muchacha hizo un gesto con la mano para que Django se calmara y este pareció relajarse un poco. La chiquilla, que no había pronunciado palabra, tomó una pluma y en un fino y delicado papel escribió:

Este no es un lugar seguro para hablar, te veo en mi casa, junto a la Avenida dentro de dos semana, ven solo y se discreto.


Dándole un beso en la mejilla le entregó la nota, que Django miró un segundo para encontrarse que al alzar la vista ella había desaparecido. Se dio a si mismo unos segundos para recuperar la compostura antes de levantarse y dirigirse hacia la salida. Aun no entendía como alguien podía haberse acercado hasta escasos centímetros de el sin que percibiera lo mas mínimo, todo aquello se estaba volviendo muy extraño.
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Los días transcurrieron con cierta normalidad a partir de aquel encuentro. Lord Imesfor, al igual que la señorita DuPont siguieron acudiendo regularmente a aquellas reuniones que se organizaban cada martes y viernes, junto con el resto de personas influyentes de la ciudad. Cuando Django envió el informe a su capitán en Les Jauger sin saber muy bien por que decidió omitir su encuentro con la señorita DuPont y al recibir sus órdenes no pareció que sus superiores hubieran descubierto nada, pues le indicaron que siguiera con la misma operativa.
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Dos semanas, ya habían pasado dos semanas desde que Django tuvo aquel extraño encuentro con la señorita DuPont y aun no podía sacarse aquellos cinco minutos de la cabeza. No hacía más que revivir una y otra vez aquella situación buscando una explicación que nunca encontraba. Quizá hoy tuviera una oportunidad de descubrir algo más.
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La casa de la señorita DuPont resultó ser bastante sobria para lo que se esperaba Django. La entrada, amplia, solo estaba decorada con un tapiz a cada lado y una alfombra oriental de bella manufactura que apenas destacaba, mimetizándose con el entorno y el acabado en madera de roble, mas bien oscura, que daba unidad a toda la edificación.

-“Lady DuPont le recibirá enseguida, señor Reindhard.-“ La misma chica que había comunicado al tabernero que la señorita DuPont le recibiría en las Viandas era la que ahora le daba la bienvenida. Además ambas habían hecho sus deberes averiguando quien era el. Cualquier otra persona se hubiera sentido intimidado ante tal despliegue de medios, en Django solo incrementó su creciente curiosidad por aquella mujer. –“Sígame.”- La joven lo guió escaleras arriba hasta la segunda planta que consistía en dos habitaciones enormes, una de ellas un baño y la otra los aposentos de la señorita DuPont. La sirvienta abrió la puerta de los aposentos y le indicó que a Django que se sentara en un cómodo sillón frente a una gran mesa.
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Tal y como esperaba le hicieron esperar varios minutos, seguramente con la intención de ponerle nervioso y para dar a entender que el que “necesitaba” aquella reunión era el. Aquí sabían hacer demasiado bien las cosas, demasiado bien para solo una cortesana, por muy famosa que esta fuera.

-“Señor Reindhard, disculpe la espera”- La sirvienta entró mientras pronunciaba las palabras de disculpa, tras ella, erguida caminaba la señorita DuPont vestida con un vaporoso traje de seda blanco. Django se notó ruborizar y se obligó a si mismo a calmarse. La sirvienta caminó hasta la ventana, con vistas directas a la Avenida y cerró las persianas, sumiendo en la penumbra la habitación hasta que pulsó un interruptor que activó la adornada lámpara de araña que colgaba del techo. [i]Luz eléctrica[/] pensó Django [i]desde luego el dinero no falta en esta casa[/i]. En el momento en el que Lady DuPont se sentaba la sirvienta abandonaba la sala, cerrando la puerta tras de si.

-“No sabía si al final vendrías…”- La mirada de Lady DuPont recorrió a Django de arriba abajo y este tubo que controlarse a si mismo para no ruborizarse de nuevo. –“Pero hay una razón por la que ambos estamos aquí, tu necesitas algo de mi y yo necesito algo de ti, casualmente lo que ambos necesitamos se solapa, pues yo necesito un acompañante para las reuniones y tu necesitas saber que sucede en estas…”- Aquella mujer estaba demasiado informada y aquello estaba empezando a preocupar notablemente a Django.

-“Sabes demasiado, quien eres?”- Django decidió no andarse con rodeos pues era consciente de que con aquella mujer no servirían de nada.

-“Illian DuPont, como bien sabes”- Sonrió Illian.

-“Sabes perfectamente que no es a eso a lo que me refiero”- Cortó.

-“Sabes perfectamente”- utilizó la misma formula adrede. “que Mathew Gaul también asiste a esas reuniones”- Django no había pensado en ello de esa forma, pero si Mathew Gaul quería saber que hacía Lord Imesfor y el ya estaba en las reuniones… para que narices estaba el ahí. En ese momento fue más consciente que nunca que todas sus respuesta pasaban por acompañar a aquella mujer.

Illian, dándose cuenta de que Django ya había decidido prosiguió con la conversación:

-“Es importante que cuando mañana me acompañes no te sorprendas ante nada de lo que veas, pues verás cosas francamente muy extrañas para alguien como tu, y no tengo tiempo de explicártelo todo como para que lo entiendas, tendrás que confiar en mi”- Por alguna razón que desconocía confiaba en aquella mujer, quizá por que lo había tratado directamente sienta tal y como era ella.

-“A las seis aquí entonces, ¿no?”- Calculando la distancia que había del almacén a casa de Illian y teniendo en cuenta la hora a la que se celebraban estas reuniones determinó que esa sería la hora aproximada de partida.

-“Sabía que no me equivocaba contigo.”- Dijo Illian mirando satisfecha a Django.


Kaine, Capital de Togarini


Django se ajustó su armadura de cuero. Llevaba ya casi los 5 años que llevaba en Les Jauger con ella y solo tenía un par de rasguños, a parte de ser de una gran calidad le traía suerte. Se ajusto a continuación las botas, donde ocultó una pequeña daga, después las dos espadas cortas a la cintura, como era habitual en el y por último, abriendo el cerrojo de seguridad de su armario extrajo de allí uno de los dos objetos de valor personal que tenía, las espadas de su madre. Eran dos espadas cortas, pero su filo formaba curvas y picos, lo que las hacía devastadoras, además estaban unidas en la base de sus empuñaduras por una cadena de acero, lo cual le permitía desarrollar su peculiar estilo de combate. Se ajustó estas dos cruzadas, a la espalda y a continuación cogió su raída gabardina negra y se la ajustó a la espalda, cubriendo las espadas. Este era su otro objeto de valor, la gabardina de su padre. Los dos únicos recuerdos que tenía de sus padres, a los que no llegó a conocer y que según le habían contado le abandonaron en una abadía sin explicar sus motivos.

Django desechó estos pensamientos de su cabeza como ya había hecho en innumerables ocasiones, se subió el cuello de la gabardina para cubrirse del frío y lanzó una última mirada a los tatuajes de su cara, escritos según decían en un idioma antiguo que ya nadie conocía.

Al salir a la calle una fina llovizna comenzaba a caer nuevamente sobre Kaine y poco a poco fue aplastando su habitualmente despeinada media melena. Caminó, oculto entre los callejones que tan bien conocía hasta llegar a la puerta de la casa de Illian. Allí apoyó la espalda contra la pared y cargó su peso sobre la pierna izquierda, entrecruzando ese pie con el derecho, y cruzó los brazos sobre el pecho.

Cuando Illian cruzó el umbral de la puerta de entrada Django tenía el pelo totalmente calado, aunque, misteriosamente, tanto su gabardina como lo que esta cubría seguían totalmente secos. Illian dejando de lado su habitual sonrisa impasible se mordió levemente el labio inferior al observar un mechón que, juguetón, cubría el ojo izquierdo de Django. Una tos de su sirvienta sacó de su ensoñación a Illian que subió al carro haciendo un gesto a Django que la siguió.
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Entrada al Almacén Nº 11. Kaine, Capital de Togarini


El carruaje se detuvo con un leve quejido de los caballos justo en frente de la entrada al almacén. Django no estaba nervioso y de estarlo no daba síntomas de ello. El fue el primero en abandonar el carruaje y ofreció su mano a Illian para ayudarla a bajar, esta la aceptó y apoyándose sobre el abandonó el carruaje, que, una vez tuvo la puerta cerrada, continuó con su trayecto.

Illian comenzó a andar hacia la entrada al almacén, seguida de Django que caminaba dos pasos por detrás de ella y un poco a la derecha para poder ver bien lo que había de frente. Los guardias se miraron un segundo y el de la derecha asintió una sola vez con la cabeza para que su compañero abriera la puerta. Ambos casi sincronizados respondieron agachando levemente la cabeza en un gesto de agradecimiento para después cruzar la puerta.

El interior estaba iluminado por una tenue luz que entraba por los cristales tintados de marrón. Un pequeño circulo de gente esperaba en el centro del almacén que, para sorpresa de Django, estaba totalmente vacío salvo por unas cajas y una pluma que caía planeando en el aire hasta toca el suelo. Como si el mundo se hubiera puesto de acuerdo en el preciso instante en el que la pluma tocó el suelo y sin dar tiempo a presentaciones la puerta del almacén se abrió de nuevo. Según había contado Django solo faltaba una persona de los que habitualmente asistían a las reuniones… Mathew Gaul.

La figura de Gaul era realmente imponente, alto, cercano al metro noventa, y siempre vestido con su habitual traje de gala principalmente negro y adornado de rojo. Estaba compuesto por unas botas rojas, un pantalón negro, una camisa acordonada también negra y decorada en rojo y una capa que ondeaba con la corriente de la estancia que tenía el interior rojo con bordados blancos y la parte exterior negra. Para una persona que no fuera Daevar, como Django, o no conociera esta etnia Gaul sería aún mas temible, pues su pelo blanco peinado como si tuviera cuernos en contraste con su tez oscura y el rojo tatuaje de su frente le daban un porte que lo hacía parecer casi divino.

La mirada de Gaul pasó uno por uno hasta detenerse en Django, lo analizó de arriba abajo sin molestarse en disimularlo, al o que Django aguantó impertérrito.

-“Hermana DuPont, ¿Quién es nuestro invitado? Creo que no tengo el… “placer”- Gaul hizo una pausa para poner especial énfasis en esta palabra. –“de conocerle.”- Sin dar oportunidad a Django de hablar Illian respondió rápidamente:

-“Es Django Reindhard, un amigo… y mi acompañante de hoy”- Illian dudó por un segundo y la sonrisa de Gaul denotó que este se había tomado una victoria.

-“Esta bien”- Dijo con su profunda voz. –“Debemos empezar cuanto antes.”-

Cuando Django se giró tubo que hacer el mayor esfuerzo que jamás había hecho en toda su vida para mantener la compostura, y pudo superarlo gracias a que Illian le dijo que estuviera preparado y se mantuviera impasible viera lo que viera. Donde debería haber estado el grupo de nobles ahora había una mezcolanza de extrañas criaturas que nunca jamás había visto. Dos de ellos recogían sus alas blancas a su espalda, otro tenía el pelo negro, orejas puntiagudas y los ojos rojos, junto a el, como si fuera el negativo de una fotografía otro compartía con el rasgo de las orejas, sin embargo tenía el pelo dorado y unos preciosos ojos azules, el quinto, que debía medir al menos 2 metros y medio, tenía la piel oscura y musculada y de su cabeza nacían dos anchos cuernos, la sexta parecía todo lo contrario, de apenas metro setenta de estatura caminaba medio agachada, tenía las orejas puntiagudas y acabadas en pelo y un rabo nacía de la parte de atrás de su cintura con la piel parecida a la de un leopardo. Pero la mayor sorpresa fue mirar a Illian y ver que ella tampoco era lo que parecía, su pelo rubio se había cambiado por uno negro como el ébano, su piel morena era ahora pálida, como alabastro y sus ojos rojos brillaban entre su alborotado pelo. De todos los presentes Gaul y el eran los únicos que mantenían el mismo aspecto que cuando entraron. Justo cuando estaba apunto de volverse loco y echar a correr Illian apoyó su mano en el hombro de Django y lo sonrió. Este se tranquilizó levemente y siguió a la comitiva por unas escaleras que también habían aparecido de la nada y se internaban en el suelo.
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Al terminar las escaleras había una gran sala con una mesa elíptica en el centro de madera de la mejor calidad, así como cada una de las sillas, más semejante a un trono que estaban talladas con bellos adornos en la misma madera. Todos se sentaron y a Django le trajeron una silla algo menos ostentosa pero no de menos calidad, se situó a la espalda de Illian y un poco a la izquierda, desde donde podía ver toda la mesa. Sentándose erguido se mantuvo en silencio.

-“Hermanos, llevamos estos últimos días reuniéndonos con urgencia para decidir el futuro inmediato de la ciudad y de la Alianza Azur.”- Django se quedó helado al oír estás palabras, al parecer Gaul no era el auténtico líder de la ciudad si no que estaba sometido a la decisión de ese consejo, tanto el como toda la Alianza Azur.

La velada prosiguió por esos derroteros durante más de 5 horas durante las cuales se decidieron desde la política de impuestos hasta los futuros planes de ataque de la Alianza Azur al Imperio de Abel. Durante esas 5 horas Django estuvo en completo silencio, aunque grabó cada palabra en su mente. De lo que se tubo que retractar fue del primer pensamiento que tubo sobre Gaul, sería mucho mas correcto decir que no solo gobernaba Togarini, si no aquel consejo y toda la Alianza Azur. El respeto, ya casi temor por Gaul creció como una sombra en el corazón de Django.

Cuando la reunión tocó a su fin y todos se pusieron a levantarse Gaul retuvo a Illian, y por tanto a Django con un gesto de su mano, cuando los demás se hubieron ido, volviendo a sus “disfraces” humanos según iban cruzando las escaleras.

-“Me alegro de que hayáis asistido ambos a esta reunión.”- Habló con su habitual tono de voz, grave, lejano, cargado de poder. –“Es mas, me gustaría que nos viéramos de nuevo mañana para conocernos un poco mejor.”- Gaul sonrió a Django y si trataba de tranquilizarlo obtuvo un efecto totalmente contrario. Ambos asintieron y se marcharon dejando a Gaul solo.
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Ya en el carruaje de vuelta a casa de Illian está estalló y comenzó a llorar abrazándose a Django:

-“Tienes que sacarnos de aquí, nos va a matar. Nos va a matar a los dos!!!!”- Por primera vez Django veía como la sólida fachada de Illian se derrumbaba ante sus ojos y está volvió a su forma real una vez mas al perder la concentración.
-“Si lo que dices es cierto tenemos que marcharnos ahora mismo, no hay tiempo de recoger nada o Gaul nos cortará el paso”- Django se dispuso a moverse pero Illian lo detuvo.

-“Tenemos que ir a mi casa, no podemos dejar a Henrietta”- La preocupación era visible en los ojos de Illian y en su voz. Django asintió y saliendo por una de las ventanas del carruaje se dio impulso y utilizando el marco como balancín empujó con las dos piernas al conductor arrojándolo por uno de los laterales… pero no azuzó a los caballos, no quería llamar mas la atención.
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Django había dejado el carruaje en un callejón, bien escondido y diseccionado para abandonar la ciudad, antes de ir a recoger a Henrietta había pedido información a sus contactos de Les Jauger de cómo llegar a Lucrecio de la forma más segura. Sabía que está información llegaría a Gaul, lo cual le sería francamente útil por que su intención era dirigirse a Arkangel.

A escasos metros de la casa caminaba oculto, tratando de parecer sigiloso hasta que un grito proveniente de esta hizo que dejará las precauciones de lado y corriera hacia la casa, abriendo la puerta de una patada.

Todo estaba oscuro pedo pudo identificar un movimiento a su izquierda, junto a las escaleras. Al dirigir la mirada hacia allí pudo ver lo que parecía una figura sosteniendo algo…no, alguien… Henrietta, sus ojos lo miraban fijamente, llenos de terror, de esperanza, suplicándole que la salvara.

Justo cuando Django iba a dar el primer paso pudo ver como si los ojos de aquella extraña cosa se materializaran, mirándolo fijamente y, sin darle tiempo a hacer nada comenzó a tirar de la mujer con ambas manos, está grito, un grito que taladró los tímpanos de Django, pero mucho mas profundo su alma. El grito cesó cuando el cuerpo quedó separado en dos mitades. Django, que había cerrado los ojos se encontró con que los ojos de Henrietta, ahora sin vida, aun le miraban directamente, pidiendo que la salvara.

Django se obligó a si mismo a pensar, aquella cosa parecía poder moldearse a voluntad y en la oscuridad, de no ser por los ojos, apenas podía ubicarla. Entonces lo recordó, alargó la mano hacia su izquierda y pulsó un interruptor. La luz eléctrica de la casa se encendió y la sombra emitió un grito agudo. Ante sus atónitos ojos Django pudo ver como la sombra se recogía a si misma hasta tomar una forma levemente humanoide. En ese momento, al ver el cadáver de Henrietta tirado en el suelo un enorme sentido de culpa lo invadió, y la culpa fue sustituida por odio y este por rabia.

Como poseído los ojos de Django se volvieron rojos, en un rápido movimiento este desenvainó las espadas de su madre de su espalda y cargó cegado contra aquella extraña criatura. Esta al verlo venir lanzó un golpe, Django se impulsó hacia delante y rodó para esquivar el golpe, llegando junto a las piernas de la criatura, que debía medir al menos 3 metros. Sin pensarlo un instante lanzó una estocada descendente trazando una diagonal que hendió el cuerpo de sombra, haciendo saltar un líquido negro que empezó a corroer el suelo, pero la hoja de la espada no se inmutó, al igual que Django.

-“Puedo cortarte… así que puedo matarte”- Con fuerzas renovadas Django comenzó a moverse a gran velocidad. La sombra le lanzó un segundo puñetazo que Django esquivó y atrapó con las cadenas de las espadas al cruzarlas sobre este. La sombra rió pensando que podría tirar de Django para luego gritar cuando Django aumentó la presión y las cadenas cortaron el brazo de cuajo como si fuera mantequilla, haciendo brotar aquel líquido negro a borbotones. Sin darse tiempo a respirar Django cogió las espadas por las cadenas y, agitándolas como si se tratara de unas boleadoras, las lanzó con todas sus fuerzas a una de las piernas de la criatura. Las espadas, girando en direcciones contrarias comenzaron a enrollarse en la pierna de la criatura y cuando hicieron fuerza cercenaron la pierna haciendo caer a la sombra de rodillas, Django volvió a rodar para coger sus espadas y quedarse en la espalda de la criatura que gritaba de rabia. Semiposeido con sus ojos rojos como si fueran a estallar comenzó a andar por la espalda encorvada de la criatura, cuando llegó a la cabeza saltó haciendo un mortal hacia delante y con las dos espadas trazó dos cortes muy profundos en cada hombro aprovechando su fuerza centrifuga. La sangre volvió a brotar y la criatura gimió de nuevo. Django cayó de espaldas a estas, soltó una de las espadas y girando sobre un pie utilizó la espada que asía para lanzar la otra como si fuera una cuerda. El filo se dirigió inexorable hacia el abdomen de la criatura y penetrándolo de parte a parte la partió por la mitad. La criatura, dividida en dos partes comenzó a desaparecer en el suelo, muerta. Django limpió sus espadas, volvió a envainarlas a su espalda y acercándose a Henrietta le cerró los ojos:

-“Perdóname… he llegado tarde”- Django se giró y caminó hacia la salida, debían marcharse de allí cuanto antes. Gaul había movido ficha.