viernes, 24 de agosto de 2007

Capitulo 1: El Almacen nº 11

Kaine, Capital de Togarini

Una fina lluvia mojaba las pavimentadas calles de Kaine, ciudad que, según algunos, era la única comparable a Arkangel, capital del Sacro Santo Imperio, tanto por su esplendor como por su avance tecnológico y social. Al menos eso parecía exteriormente. Bajo el régimen de Mathew Gaul la ciudad no gozaba de tola la libertad que debiera una metrópolis de tanta importancia.

Habitualmente las calles de Kaine solían estar concurridas por sus habitantes que caminaban con paso rápido en pos de terminar sus quehaceres, pero cuando caía la noche y mas en un día lluvioso como el de hoy era raro ver a la gente de bien por la calle. Solo quedaban mendigos, rateros y prostitutas o eso aparentaban ser.

A lo lejos, girando tras una esquina oscura se veía moverse con paso seguro pero atento a una figura encapuchada de negro que no mostraba su rostro y parecía no hacer ningún ruido al caminar. La lluvia parecía resbalar por el en lugar de chocar contra su capa y caminaba pegado a una pared, protegiendo un flanco.

El extraño siguió caminando unos cuantos metros ya, hasta llegar a la boca de un callejón sin salida, con un rápido y apenas perceptible movimiento miró en todas direcciones y entró al callejón donde esperaba un mendigo. Se acercó a el y susurró:

-"El objetivo ha sido eliminado y los planos enviados a la central"- Habló fríamente.

-"Muy bien chico, buen trabajo."- Respondió el mendigo con una profunda voz. -"Aquí están tus nuevas ordenes, algo sencillo para alguien de tu nivel, Django"- Se burló.

Para sorpresa del mendigo Django cogió el sobre sin que aquel pudiera darse cuenta y dejó a relucir un anillo que este llevaba en la mano por unas milésimas de segundo.

-"Informaré como siempre... por cierto deberías ocultar ese anillo o alguien podría descubrirte"- Dijo riéndose levemente Django.

-"Estando en Kaine que mas dará... nadie se atrevería a decir nada a un miembro de Les Jauger"- Contestó el otro.

-"Vincel será mejor que cierres esa bocaza tuya antes de que cometas un error. Y ambos sabemos comos e pagan los errores aquí.- Vincel comprendiendo lo que significaba aquello se calló y se ocultó en las sombras nuevamente mientras Django se marchaba, confundiéndose con la lluvia.
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La casa de Django se encontraba en una de las zonas periféricas de la ciudad. Era pequeña, apenas un baño, una pequeña cocina y una habitación con un pequeño catre. Cuando abrió la puerta esta no hizo ni un solo ruido, entro y volvió a cerrarla. La entrada que estaba en un nivel inferior a la parte habitable de la casa tenía un perchero donde Django colgó su capa, aun chorreante y quitándose las botas, las dejó a un lado y subió en absoluto silencio a la parte superior. Se acerco al escritorio, tomó un abrecartas del cajón y abrió aquel sobre cuyo sello ya conocía tan bien.

"Teniente Reindhard, enhorabuena por su último éxito y mis mas sinceras disculpas por solicitarle una nueva misión con tanta brevedad pero sus habilidades nos son, en este caso, mas que indispensables.

Su nueva misión consistirá en observar todo movimiento que realice Lord Stewart Imesfor y reportar semanalmente todo lo que haya averiguado. Sus órdenes se irán actualizando semanalmente en el momento de la entrega de su informe. Suerte y recuerde destruir estos documentos una vez memorizados

Aizen"


Django comprobó pacientemente los documentos que le habían adjuntado en el sobre, donde pudo encontrar el domicilio del objetivo, los lugares que solía frecuentar, familia, allegados, etc. Era bastante completo. Cuando terminó de memorizar los datos importantes arrojó los papeles al fuego bajo de una pequeña chimenea que daba calor a la habitación, los papeles se disolvieron enseguida, sin quedar ningún registro de ellos. A continuación buscó un mapa de la ciudad y comenzó a trazar sus planes para la investigación.
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Unos minutos antes de amanecer Django ya cruzaba el umbral de su puerta, que cerró con llave tras de si. Vestido como un rico noble se dirigió a la zona mas adinerada de la ciudad con paso firme y decidido y aunque sus pasos eran sigilosos los fue haciendo mas sonoros según se acercaba a su destino, metiéndose en el papel. Una vez estuve en los aledaños de la residencia de Lord Imesfor, una lujosa mansión con un gran jardín en la entrada, vallada en todo su contorno por fuertes rejas de acero unidas por una puerta de apertura clásica que tenía el escudo de su familia en cada parte del portón, un águila entre dos lanzas cruzadas.

Tras unos minutos de espera, tal y como esperaba, Lord Imesfor abandonó su mansión, de la mano, junto a el, caminaba una alta mujer de pelo rubio, recogido en una cola de caballo, de profundos ojos claros y amplia sonrisa de marfil. Django pudo reconocerla, era una chica de uno de los “clubes” más importantes de la ciudad. Lord Imesfor estaba viudo así que no era de extrañar este tipo de comportamiento. Ambos abandonaron la mansión hasta un elegante carruaje que les esperaba pacientemente en la puerta. A los pocos instantes de subir el conductor azuzó a los caballos que emprendieron la marcha, dirección a la zona industrial.

Django hubiera tenido serias dificultades para seguir al carruaje a pie de no ser por que conocía Kaine como la palma de su mano. Manteniéndose cercano a la trayectoria del carruaje utilizó callejones y atajos para poder mantener una distancia prudencial al carruaje sin perderlo de vista. Tras unos minutos de viaje el carruaje pareció alcanzar su destino, el almacén número 11. Dos fondos miembros del ejército de Kaine montaban guardia en la puerta, impertérritos. Ambos asintieron al paso de ambos, abrieron la puerta pequeña del almacén para cerrarla una vez ambos hubieron cruzado el umbral. Django se mantuvo a una distancia prudencial y vio como llegaban mas gente, algunas de las personas mas influyentes de Kaine se estaba reuniendo en aquel almacén. Se mantuvo a la espera y pocos minutos después llegó el último invitado. Django se quedó helado al ver abandonar a Mathew Gaul un sencillo carruaje y entrar también al almacén.
Django decidió mantenerse cerca del almacén y vigilar que sucediera en la zona. Según avanzaban las horas no podía menos que darle vueltas. Les Jauger trabajan directamente para Mathew Gaul usando al Juez Aizen como intermediario, si Gaul se estaba reuniendo con Imesfor… por que vigilarlo? Siguió dando vueltas a la situación durante 4 horas mas hasta que la puerta del almacén se abrió, de el salieron todos los integrantes de aquella extraña reunión. Mathew Gaul volvió a su carruaje y desapareció, y para su supresa la chica rubia y Lord Imesfor tomaron carruajes distintos. Tras pensarlo unos segundos Django decidió que lo mejor sería seguir a Lord Imesfor.

El carruaje llevó al orondo noble de vuelta a su mansión, a la que entró directamente sin hacer ningún movimiento sospechoso. Cuando las luces de la mansión se apagaron Django se dio por satisfecho y decidió marcharse… tenía que hacer una visita a alguien…
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-“Podrás encontrarla en el club, otra cosa es que acepte verte, esa muchacha no acepta a cualquiera…”- El desdentado mendigo se rió con un sonido burbujeante bastante desagradable que desembocó en una tos malsana. –“No sabía que tuvieras esos gustos tan especiales”- La mirada de Django fulminó al mendigo y dejando un par de piezas de plata este dio la conversación por terminada.
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El club, las Viandas Doradas, era en sí mas lujoso que muchas de las casas de clase media-alta de la ciudad, y no era para menos, la mayor parte de la nobleza dejaba gran parte de sus fortunas en el, ya fuera en forma de bebida, comida, espectáculos u… otras diversiones. Django hubiera tenido ciertas dificultades para entrar al local debido a su ropa de no ser por que el encargado de vigilar la puerta era uno de sus contactos. Una vez dentro caminó sigiloso, como siempre, hasta la barra. En su caminar memorizó como estaba dispuesto el local a la par que trazaba 4 rutas de escape distintas en caso de que las cosas pudieran complicarse. Cuando llegó a la barra se sentía mucho mas seguro ahora que tenía varias alternativas en su mano.

-“Me gustaría ver a la Señorita DuPont, si es posible”- Django hablaba con gran seguridad mirando al reacción del hombre bajo su capucha.

-“Ahora mismo se encuentra ocupada, quizá pueda hacerle un hueco para dentro de un par de años.”- El tabernero sonrió, divertido.

-“Creo que no me has entendido,”- añadió Django mientras dejaba un par de monedas de oro en la mesa con un movimiento que dejó ver las dos espadas cortas que colgaban de su cinturón. –“necesito verla ahora”- sus ojos se volvieron intensamente rojos un segundo para luego recuperar su habitual color negro.

El tabernero se dio cuenta de que la situación era bastante seria pues no se permiten armas dentro de las Viandas Doradas y dando un par de pasos hacia atrás habló, tartamudeando: -“Lo… lo siento, caballero. Pe…ro no está en mi mano llevarle hasta la señorita… yo…”- Una fina mano en el hombro del tabernero lo interrumpió al mismo tiempo que casi acabo con su existencia del susto. Una chica de baja estatura, tez pálido y pelo moreno había llegado tras el, proveniente de la parte de atrás del club, le susurró algo al oído y el tabernero pareció recuperar levemente la compostura.

-“La señorita DuPont ha dicho que lo recibirá en breve, que la espere en el reservado de allí.”- El tabernero señaló un pequeño reservado de forma circular que estaba compuesto de una mesa rodeado por un sillón, también circular, cubierto de seda roja, Unas cortinas opacas del mismo tono servían para aislarse del resto de la sala. A Django no le gustó mucho la idea pues al no poder ver lo que había fuera era vulnerable ahí dentro, pero tenía que correr el riesgo axial que añadiendo otra moneda a la “propina” del tabernero, que cogió gustoso el dinero, caminó hacia el reservado y se sentó esperando dentro. Uno de los guardias cerró la cortina cuando este entro dentro a esperar.

Django se llevó instintivamente las manos a las espadas cuando vio a la señorita DuPont sentada junto a el, es como si hubiera aparecido de la nada, no la había visto entrar, es mas, ni tan siquiera había oído un ruido. La joven muchacha hizo un gesto con la mano para que Django se calmara y este pareció relajarse un poco. La chiquilla, que no había pronunciado palabra, tomó una pluma y en un fino y delicado papel escribió:

Este no es un lugar seguro para hablar, te veo en mi casa, junto a la Avenida dentro de dos semana, ven solo y se discreto.


Dándole un beso en la mejilla le entregó la nota, que Django miró un segundo para encontrarse que al alzar la vista ella había desaparecido. Se dio a si mismo unos segundos para recuperar la compostura antes de levantarse y dirigirse hacia la salida. Aun no entendía como alguien podía haberse acercado hasta escasos centímetros de el sin que percibiera lo mas mínimo, todo aquello se estaba volviendo muy extraño.
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Los días transcurrieron con cierta normalidad a partir de aquel encuentro. Lord Imesfor, al igual que la señorita DuPont siguieron acudiendo regularmente a aquellas reuniones que se organizaban cada martes y viernes, junto con el resto de personas influyentes de la ciudad. Cuando Django envió el informe a su capitán en Les Jauger sin saber muy bien por que decidió omitir su encuentro con la señorita DuPont y al recibir sus órdenes no pareció que sus superiores hubieran descubierto nada, pues le indicaron que siguiera con la misma operativa.
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Dos semanas, ya habían pasado dos semanas desde que Django tuvo aquel extraño encuentro con la señorita DuPont y aun no podía sacarse aquellos cinco minutos de la cabeza. No hacía más que revivir una y otra vez aquella situación buscando una explicación que nunca encontraba. Quizá hoy tuviera una oportunidad de descubrir algo más.
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La casa de la señorita DuPont resultó ser bastante sobria para lo que se esperaba Django. La entrada, amplia, solo estaba decorada con un tapiz a cada lado y una alfombra oriental de bella manufactura que apenas destacaba, mimetizándose con el entorno y el acabado en madera de roble, mas bien oscura, que daba unidad a toda la edificación.

-“Lady DuPont le recibirá enseguida, señor Reindhard.-“ La misma chica que había comunicado al tabernero que la señorita DuPont le recibiría en las Viandas era la que ahora le daba la bienvenida. Además ambas habían hecho sus deberes averiguando quien era el. Cualquier otra persona se hubiera sentido intimidado ante tal despliegue de medios, en Django solo incrementó su creciente curiosidad por aquella mujer. –“Sígame.”- La joven lo guió escaleras arriba hasta la segunda planta que consistía en dos habitaciones enormes, una de ellas un baño y la otra los aposentos de la señorita DuPont. La sirvienta abrió la puerta de los aposentos y le indicó que a Django que se sentara en un cómodo sillón frente a una gran mesa.
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Tal y como esperaba le hicieron esperar varios minutos, seguramente con la intención de ponerle nervioso y para dar a entender que el que “necesitaba” aquella reunión era el. Aquí sabían hacer demasiado bien las cosas, demasiado bien para solo una cortesana, por muy famosa que esta fuera.

-“Señor Reindhard, disculpe la espera”- La sirvienta entró mientras pronunciaba las palabras de disculpa, tras ella, erguida caminaba la señorita DuPont vestida con un vaporoso traje de seda blanco. Django se notó ruborizar y se obligó a si mismo a calmarse. La sirvienta caminó hasta la ventana, con vistas directas a la Avenida y cerró las persianas, sumiendo en la penumbra la habitación hasta que pulsó un interruptor que activó la adornada lámpara de araña que colgaba del techo. [i]Luz eléctrica[/] pensó Django [i]desde luego el dinero no falta en esta casa[/i]. En el momento en el que Lady DuPont se sentaba la sirvienta abandonaba la sala, cerrando la puerta tras de si.

-“No sabía si al final vendrías…”- La mirada de Lady DuPont recorrió a Django de arriba abajo y este tubo que controlarse a si mismo para no ruborizarse de nuevo. –“Pero hay una razón por la que ambos estamos aquí, tu necesitas algo de mi y yo necesito algo de ti, casualmente lo que ambos necesitamos se solapa, pues yo necesito un acompañante para las reuniones y tu necesitas saber que sucede en estas…”- Aquella mujer estaba demasiado informada y aquello estaba empezando a preocupar notablemente a Django.

-“Sabes demasiado, quien eres?”- Django decidió no andarse con rodeos pues era consciente de que con aquella mujer no servirían de nada.

-“Illian DuPont, como bien sabes”- Sonrió Illian.

-“Sabes perfectamente que no es a eso a lo que me refiero”- Cortó.

-“Sabes perfectamente”- utilizó la misma formula adrede. “que Mathew Gaul también asiste a esas reuniones”- Django no había pensado en ello de esa forma, pero si Mathew Gaul quería saber que hacía Lord Imesfor y el ya estaba en las reuniones… para que narices estaba el ahí. En ese momento fue más consciente que nunca que todas sus respuesta pasaban por acompañar a aquella mujer.

Illian, dándose cuenta de que Django ya había decidido prosiguió con la conversación:

-“Es importante que cuando mañana me acompañes no te sorprendas ante nada de lo que veas, pues verás cosas francamente muy extrañas para alguien como tu, y no tengo tiempo de explicártelo todo como para que lo entiendas, tendrás que confiar en mi”- Por alguna razón que desconocía confiaba en aquella mujer, quizá por que lo había tratado directamente sienta tal y como era ella.

-“A las seis aquí entonces, ¿no?”- Calculando la distancia que había del almacén a casa de Illian y teniendo en cuenta la hora a la que se celebraban estas reuniones determinó que esa sería la hora aproximada de partida.

-“Sabía que no me equivocaba contigo.”- Dijo Illian mirando satisfecha a Django.


Kaine, Capital de Togarini


Django se ajustó su armadura de cuero. Llevaba ya casi los 5 años que llevaba en Les Jauger con ella y solo tenía un par de rasguños, a parte de ser de una gran calidad le traía suerte. Se ajusto a continuación las botas, donde ocultó una pequeña daga, después las dos espadas cortas a la cintura, como era habitual en el y por último, abriendo el cerrojo de seguridad de su armario extrajo de allí uno de los dos objetos de valor personal que tenía, las espadas de su madre. Eran dos espadas cortas, pero su filo formaba curvas y picos, lo que las hacía devastadoras, además estaban unidas en la base de sus empuñaduras por una cadena de acero, lo cual le permitía desarrollar su peculiar estilo de combate. Se ajustó estas dos cruzadas, a la espalda y a continuación cogió su raída gabardina negra y se la ajustó a la espalda, cubriendo las espadas. Este era su otro objeto de valor, la gabardina de su padre. Los dos únicos recuerdos que tenía de sus padres, a los que no llegó a conocer y que según le habían contado le abandonaron en una abadía sin explicar sus motivos.

Django desechó estos pensamientos de su cabeza como ya había hecho en innumerables ocasiones, se subió el cuello de la gabardina para cubrirse del frío y lanzó una última mirada a los tatuajes de su cara, escritos según decían en un idioma antiguo que ya nadie conocía.

Al salir a la calle una fina llovizna comenzaba a caer nuevamente sobre Kaine y poco a poco fue aplastando su habitualmente despeinada media melena. Caminó, oculto entre los callejones que tan bien conocía hasta llegar a la puerta de la casa de Illian. Allí apoyó la espalda contra la pared y cargó su peso sobre la pierna izquierda, entrecruzando ese pie con el derecho, y cruzó los brazos sobre el pecho.

Cuando Illian cruzó el umbral de la puerta de entrada Django tenía el pelo totalmente calado, aunque, misteriosamente, tanto su gabardina como lo que esta cubría seguían totalmente secos. Illian dejando de lado su habitual sonrisa impasible se mordió levemente el labio inferior al observar un mechón que, juguetón, cubría el ojo izquierdo de Django. Una tos de su sirvienta sacó de su ensoñación a Illian que subió al carro haciendo un gesto a Django que la siguió.
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Entrada al Almacén Nº 11. Kaine, Capital de Togarini


El carruaje se detuvo con un leve quejido de los caballos justo en frente de la entrada al almacén. Django no estaba nervioso y de estarlo no daba síntomas de ello. El fue el primero en abandonar el carruaje y ofreció su mano a Illian para ayudarla a bajar, esta la aceptó y apoyándose sobre el abandonó el carruaje, que, una vez tuvo la puerta cerrada, continuó con su trayecto.

Illian comenzó a andar hacia la entrada al almacén, seguida de Django que caminaba dos pasos por detrás de ella y un poco a la derecha para poder ver bien lo que había de frente. Los guardias se miraron un segundo y el de la derecha asintió una sola vez con la cabeza para que su compañero abriera la puerta. Ambos casi sincronizados respondieron agachando levemente la cabeza en un gesto de agradecimiento para después cruzar la puerta.

El interior estaba iluminado por una tenue luz que entraba por los cristales tintados de marrón. Un pequeño circulo de gente esperaba en el centro del almacén que, para sorpresa de Django, estaba totalmente vacío salvo por unas cajas y una pluma que caía planeando en el aire hasta toca el suelo. Como si el mundo se hubiera puesto de acuerdo en el preciso instante en el que la pluma tocó el suelo y sin dar tiempo a presentaciones la puerta del almacén se abrió de nuevo. Según había contado Django solo faltaba una persona de los que habitualmente asistían a las reuniones… Mathew Gaul.

La figura de Gaul era realmente imponente, alto, cercano al metro noventa, y siempre vestido con su habitual traje de gala principalmente negro y adornado de rojo. Estaba compuesto por unas botas rojas, un pantalón negro, una camisa acordonada también negra y decorada en rojo y una capa que ondeaba con la corriente de la estancia que tenía el interior rojo con bordados blancos y la parte exterior negra. Para una persona que no fuera Daevar, como Django, o no conociera esta etnia Gaul sería aún mas temible, pues su pelo blanco peinado como si tuviera cuernos en contraste con su tez oscura y el rojo tatuaje de su frente le daban un porte que lo hacía parecer casi divino.

La mirada de Gaul pasó uno por uno hasta detenerse en Django, lo analizó de arriba abajo sin molestarse en disimularlo, al o que Django aguantó impertérrito.

-“Hermana DuPont, ¿Quién es nuestro invitado? Creo que no tengo el… “placer”- Gaul hizo una pausa para poner especial énfasis en esta palabra. –“de conocerle.”- Sin dar oportunidad a Django de hablar Illian respondió rápidamente:

-“Es Django Reindhard, un amigo… y mi acompañante de hoy”- Illian dudó por un segundo y la sonrisa de Gaul denotó que este se había tomado una victoria.

-“Esta bien”- Dijo con su profunda voz. –“Debemos empezar cuanto antes.”-

Cuando Django se giró tubo que hacer el mayor esfuerzo que jamás había hecho en toda su vida para mantener la compostura, y pudo superarlo gracias a que Illian le dijo que estuviera preparado y se mantuviera impasible viera lo que viera. Donde debería haber estado el grupo de nobles ahora había una mezcolanza de extrañas criaturas que nunca jamás había visto. Dos de ellos recogían sus alas blancas a su espalda, otro tenía el pelo negro, orejas puntiagudas y los ojos rojos, junto a el, como si fuera el negativo de una fotografía otro compartía con el rasgo de las orejas, sin embargo tenía el pelo dorado y unos preciosos ojos azules, el quinto, que debía medir al menos 2 metros y medio, tenía la piel oscura y musculada y de su cabeza nacían dos anchos cuernos, la sexta parecía todo lo contrario, de apenas metro setenta de estatura caminaba medio agachada, tenía las orejas puntiagudas y acabadas en pelo y un rabo nacía de la parte de atrás de su cintura con la piel parecida a la de un leopardo. Pero la mayor sorpresa fue mirar a Illian y ver que ella tampoco era lo que parecía, su pelo rubio se había cambiado por uno negro como el ébano, su piel morena era ahora pálida, como alabastro y sus ojos rojos brillaban entre su alborotado pelo. De todos los presentes Gaul y el eran los únicos que mantenían el mismo aspecto que cuando entraron. Justo cuando estaba apunto de volverse loco y echar a correr Illian apoyó su mano en el hombro de Django y lo sonrió. Este se tranquilizó levemente y siguió a la comitiva por unas escaleras que también habían aparecido de la nada y se internaban en el suelo.
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Al terminar las escaleras había una gran sala con una mesa elíptica en el centro de madera de la mejor calidad, así como cada una de las sillas, más semejante a un trono que estaban talladas con bellos adornos en la misma madera. Todos se sentaron y a Django le trajeron una silla algo menos ostentosa pero no de menos calidad, se situó a la espalda de Illian y un poco a la izquierda, desde donde podía ver toda la mesa. Sentándose erguido se mantuvo en silencio.

-“Hermanos, llevamos estos últimos días reuniéndonos con urgencia para decidir el futuro inmediato de la ciudad y de la Alianza Azur.”- Django se quedó helado al oír estás palabras, al parecer Gaul no era el auténtico líder de la ciudad si no que estaba sometido a la decisión de ese consejo, tanto el como toda la Alianza Azur.

La velada prosiguió por esos derroteros durante más de 5 horas durante las cuales se decidieron desde la política de impuestos hasta los futuros planes de ataque de la Alianza Azur al Imperio de Abel. Durante esas 5 horas Django estuvo en completo silencio, aunque grabó cada palabra en su mente. De lo que se tubo que retractar fue del primer pensamiento que tubo sobre Gaul, sería mucho mas correcto decir que no solo gobernaba Togarini, si no aquel consejo y toda la Alianza Azur. El respeto, ya casi temor por Gaul creció como una sombra en el corazón de Django.

Cuando la reunión tocó a su fin y todos se pusieron a levantarse Gaul retuvo a Illian, y por tanto a Django con un gesto de su mano, cuando los demás se hubieron ido, volviendo a sus “disfraces” humanos según iban cruzando las escaleras.

-“Me alegro de que hayáis asistido ambos a esta reunión.”- Habló con su habitual tono de voz, grave, lejano, cargado de poder. –“Es mas, me gustaría que nos viéramos de nuevo mañana para conocernos un poco mejor.”- Gaul sonrió a Django y si trataba de tranquilizarlo obtuvo un efecto totalmente contrario. Ambos asintieron y se marcharon dejando a Gaul solo.
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Ya en el carruaje de vuelta a casa de Illian está estalló y comenzó a llorar abrazándose a Django:

-“Tienes que sacarnos de aquí, nos va a matar. Nos va a matar a los dos!!!!”- Por primera vez Django veía como la sólida fachada de Illian se derrumbaba ante sus ojos y está volvió a su forma real una vez mas al perder la concentración.
-“Si lo que dices es cierto tenemos que marcharnos ahora mismo, no hay tiempo de recoger nada o Gaul nos cortará el paso”- Django se dispuso a moverse pero Illian lo detuvo.

-“Tenemos que ir a mi casa, no podemos dejar a Henrietta”- La preocupación era visible en los ojos de Illian y en su voz. Django asintió y saliendo por una de las ventanas del carruaje se dio impulso y utilizando el marco como balancín empujó con las dos piernas al conductor arrojándolo por uno de los laterales… pero no azuzó a los caballos, no quería llamar mas la atención.
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Django había dejado el carruaje en un callejón, bien escondido y diseccionado para abandonar la ciudad, antes de ir a recoger a Henrietta había pedido información a sus contactos de Les Jauger de cómo llegar a Lucrecio de la forma más segura. Sabía que está información llegaría a Gaul, lo cual le sería francamente útil por que su intención era dirigirse a Arkangel.

A escasos metros de la casa caminaba oculto, tratando de parecer sigiloso hasta que un grito proveniente de esta hizo que dejará las precauciones de lado y corriera hacia la casa, abriendo la puerta de una patada.

Todo estaba oscuro pedo pudo identificar un movimiento a su izquierda, junto a las escaleras. Al dirigir la mirada hacia allí pudo ver lo que parecía una figura sosteniendo algo…no, alguien… Henrietta, sus ojos lo miraban fijamente, llenos de terror, de esperanza, suplicándole que la salvara.

Justo cuando Django iba a dar el primer paso pudo ver como si los ojos de aquella extraña cosa se materializaran, mirándolo fijamente y, sin darle tiempo a hacer nada comenzó a tirar de la mujer con ambas manos, está grito, un grito que taladró los tímpanos de Django, pero mucho mas profundo su alma. El grito cesó cuando el cuerpo quedó separado en dos mitades. Django, que había cerrado los ojos se encontró con que los ojos de Henrietta, ahora sin vida, aun le miraban directamente, pidiendo que la salvara.

Django se obligó a si mismo a pensar, aquella cosa parecía poder moldearse a voluntad y en la oscuridad, de no ser por los ojos, apenas podía ubicarla. Entonces lo recordó, alargó la mano hacia su izquierda y pulsó un interruptor. La luz eléctrica de la casa se encendió y la sombra emitió un grito agudo. Ante sus atónitos ojos Django pudo ver como la sombra se recogía a si misma hasta tomar una forma levemente humanoide. En ese momento, al ver el cadáver de Henrietta tirado en el suelo un enorme sentido de culpa lo invadió, y la culpa fue sustituida por odio y este por rabia.

Como poseído los ojos de Django se volvieron rojos, en un rápido movimiento este desenvainó las espadas de su madre de su espalda y cargó cegado contra aquella extraña criatura. Esta al verlo venir lanzó un golpe, Django se impulsó hacia delante y rodó para esquivar el golpe, llegando junto a las piernas de la criatura, que debía medir al menos 3 metros. Sin pensarlo un instante lanzó una estocada descendente trazando una diagonal que hendió el cuerpo de sombra, haciendo saltar un líquido negro que empezó a corroer el suelo, pero la hoja de la espada no se inmutó, al igual que Django.

-“Puedo cortarte… así que puedo matarte”- Con fuerzas renovadas Django comenzó a moverse a gran velocidad. La sombra le lanzó un segundo puñetazo que Django esquivó y atrapó con las cadenas de las espadas al cruzarlas sobre este. La sombra rió pensando que podría tirar de Django para luego gritar cuando Django aumentó la presión y las cadenas cortaron el brazo de cuajo como si fuera mantequilla, haciendo brotar aquel líquido negro a borbotones. Sin darse tiempo a respirar Django cogió las espadas por las cadenas y, agitándolas como si se tratara de unas boleadoras, las lanzó con todas sus fuerzas a una de las piernas de la criatura. Las espadas, girando en direcciones contrarias comenzaron a enrollarse en la pierna de la criatura y cuando hicieron fuerza cercenaron la pierna haciendo caer a la sombra de rodillas, Django volvió a rodar para coger sus espadas y quedarse en la espalda de la criatura que gritaba de rabia. Semiposeido con sus ojos rojos como si fueran a estallar comenzó a andar por la espalda encorvada de la criatura, cuando llegó a la cabeza saltó haciendo un mortal hacia delante y con las dos espadas trazó dos cortes muy profundos en cada hombro aprovechando su fuerza centrifuga. La sangre volvió a brotar y la criatura gimió de nuevo. Django cayó de espaldas a estas, soltó una de las espadas y girando sobre un pie utilizó la espada que asía para lanzar la otra como si fuera una cuerda. El filo se dirigió inexorable hacia el abdomen de la criatura y penetrándolo de parte a parte la partió por la mitad. La criatura, dividida en dos partes comenzó a desaparecer en el suelo, muerta. Django limpió sus espadas, volvió a envainarlas a su espalda y acercándose a Henrietta le cerró los ojos:

-“Perdóname… he llegado tarde”- Django se giró y caminó hacia la salida, debían marcharse de allí cuanto antes. Gaul había movido ficha.

1 comentario:

JAG dijo...

Genial. Aunque un pequeño puñado de faltas lo empañan un poco, si las corrigieses estaría aun mejor